Capítulo 24 - El Surgir de un yeudel (Parte II)

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Vivir es difícil, es una lucha constante, morir no; la muerte siempre recibe con gusto a quien le busque y a quien no. Al igual que una amante fiel, persigue hasta alcanzar, y así lo hizo conmigo. Le había acariciado tantas veces. Durante mucho tiempo dancé con ella sin tomarle la mano, pero en esa ocasión, me entregué sin incertidumbre. .

Seguí el ritmo de sus pasos y entoné su canto, en aquel lugar donde el tiempo no existía. Tampoco así, la conciencia de ser algo o alguien, solo se estaba. No habría forma de describirle a precisión, pues no hay palabras en el contexto de la vida para hablar de la muerte. Es un vacío, una ausencia que no duele o atemoriza, porque en ella no se añora nada. No se sufre ni se es feliz,  se desconoce que es serlo. Eso era la muerte, la mía.

Sin embargo, la calma no duró para la eternidad. La ausencia se quebró con un rocío lumínico, que inundó todo, dándome la conciencia de quién era: una individualidad en un cosmos, una partícula palpitando en un ente mayor. Con la claridad aumentó el conocimiento, y su peso me fraguó. El proceso fue tan doloroso como la muerte. La alegría y desdicha se fundieron, arrastrándome en la vorágine de emociones que emanaban de mi pasado. Desprenderme de la totalidad, era tan difícil, como haberme integrado a ella. Gritaba, lloraba, reía, era una locura: volvía a nacer.

Mi cuerpo tomó forma en el manto hojeado, pendía del árbol de las almas, y fui tomada por ella: La Creadora. De aspecto diverso al que le conocía, me confirió de su candidez, y a diferencia de antes, la emoción no fluyó obligada; fue como un alimento que requería con urgencia, como lo hace un recién nacido al buscar el seno de su madre.

Por un largo tiempo, me arrulló entre sus manos, y deseé permanecer ahí por la eternidad, escuchando el suave barullo del resto de las almas o el sonido del oleaje a nuestros pies. Quería seguir jugando con los hilos que caían de su frente hasta mis dedos, admirar aquellas cuencas que contenían el cielo estrellado. Me bastaba respirar de ella hasta el ahíto, pero conforme más me embriagaba, más sabía quién era yo. En un principio, el pasado me pareció como un sueño, difuso y ajeno. Me resistí aceptarlo, era demasiado cruel para ser mío, no lo quería, pues quién desearía envenenar la conciencia con recuerdos ingratos. Además, con ellos, nació un repudio hacia mi ella, y sólo me contrarié más.

Su boca se abrió para pronunciar algo, y le imité, como quien aprende hablar, y de ambas brotó un nombre: "Vida". Todo a nuestro alrededor se agitó, como partículas en ebullición, para explotar hacia todas direcciones, incluyéndonos. Nos fragmentamos y tomamos forma, una y otra vez, hasta ser lo que yo era antes, y ella fue igual a mí, como un reflejo, sobre un suelo sin textura y un espacio sin fin.

—Vida —pronunciamos juntas. Caminamos estrechando la distancia que nos separaba, pero sin lograr alcanzarnos. Extendí mi brazo hacia ella, temiendo perderle, pero antes de sujetarla, algo a mis espaldas me abrazó: La Creadora, con el mismo aspecto de nuestro primer encuentro y la influencia amorosa y siniestra.

—Siri —El nombre forjó mi ser, y la totalidad de eventos previos a mi muerte fueron tan certeros, como la misma realidad en la que me encontraba.

—¡No! —Mi voz se ahogó, y un escozor terrible brotó de mi estómago hasta mi garganta.

Mi cuerpo se hizo tan pesado como una roca, cayendo en un mar que había emergido de la nada. Sujeté mi garganta y cubrí mi boca, como lo habría hecho en vida, pero ahí no necesité del oxígeno. Pronto supe que el dolor que me agobiaba era resultado de la vergüenza y el arrepentimiento.

Enloquecí al creer que me aguardaba una eternidad engullida en el pesar. Morir había sido doloroso, pero eones sin lo que amaba era peor. Examiné el pasado con una visión mayor, una perspectiva que había adquirido de la muerte, la creación y la Diosa. Pero los sentimientos que emanaban de mi humanidad me ofuscaban, y hacían más pesado el yugo de mis decisiones. Tantas imprudencias y omisiones culminaban en un enorme arrepentimiento y vergüenza. Mi conocimiento era el juez, y mis emociones el verdugo.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now