Capítulo 16: La última estrella (Parte I)

548 46 104
                                    

"Héroes y villanos caminan por senderos opuestos; pero en la batalla los une el poder de su convicción, y el nuestro es mucho. Aunque abanderemos causas contrarias seguiremos luchando, hasta que sólo quede en pie una estrella en esta larga noche guerra"

En voz de Siri

Neufar: 28 de Abril de 1940.

La tragedia me persiguió desde el momento en que fui concebida, como una fiel compañera aguardó el momento indicado para arrebatarme, lo que con mucho esfuerzo había procurado. Y en aquél 28 de Abril sabría que aún siglos después, seguía persiguiéndome; como bien dijeron las mujeres que me crecieron, yo era hija de la perversión, y como tal, sería castigada por ello cada vez que la felicidad se asomase a mi vida. Mi madre había faltado al voto de fidelidad con un hombre que descendía de los hijos del bosque rojo, y yo, nacida de la traición, sólo podría esperar eso mismo en toda mi existencia. Sus palabras parecían cumplirse a la letra.

Sonreí con amargura, pesé a la afirmación de Zoran: «Galael ha iniciado su viaje por el Madaom, esta rumbo a encontrarse, para llegar a ti». Sabía que nada bueno podría salir de ello. Necesitaba ver a Galael, escucharle y verle a salvo. Por ello aguardaba en la recepción del hospital, inmersa en la pureza artificial, creada a base de desinfectante y paredes blancas.

Aunque mi rostro reflejaba calma, carecía de ella: por una parte estaba la angustia por Galael y por otra el dolor que me rodeaba. Odiaba los hospitales tanto como las iglesias, en ellos la desolación y la esperanza convergían: mientras unos abrazaban la vida, otros exhalaban su último aliento. Podía escuchar el llamado de decenas de personas, implorando curase sus cuerpos, pero me era imposible. Había renunciado aquél don, para sanar las almas; le había quitado a la humanidad la posibilidad de curarse con mi magia, sólo para protegerlo a él. Lo amaba al grado de sacrificar todo y a todos, pero ya no lo haría más. Quería liberarle de mi protección para verle ser él mismo. Porque aunque se ame, si se abraza con tanta fuerza, se termina ahogando al ser amado. Y eso había hecho.

Después de volver de Nidem, estaba tan exhausta y herida, que recuperarme me llevó más tiempo del esperado, me refugié en la casa de los padres de Galael, ellos, al igual que Samael, pertenecían al linaje de Denian, por lo que no tuve necesidad de dar explicaciones, acataron mis pedimentos sin cuestionamiento alguno. Que maldita podía ser, seguía aprovechándome de los beneficios que me había dado aquél pacto. Pero me había prometido que sería la última vez, no podía continuar engendrándoles más odio. Yo sabía bien lo que era añorar la libertad, así que se las daría, aunque yo no pudiera ser libre del destino que estaba ciñéndose sobre mí, ya no arrastraría a más gente. No sabía cuánto me duraría aquella buena voluntad, pero liberaría a todo el que pudiese de su sufrimiento, incluso, de mí.

«Galael, ¿qué habrás encontrado ahí?»

Apreté la tela del vestido, para después acomodarla. Era algo que había repetido en cada ocasión que sentía que rompería en llanto. Había pasado centenares de años sin llorar y ahora, lo hacía con tanta frecuencia. Tragué saliva y respiré hondo. Cerré los ojos.

«Ayuda, ayúdame » sonó la voz en la oscuridad, supe que no era mía ni de los Uyintadanes que estaban conmigo, pertenecía a alguien más «Quiero olvidarla. Ayúdenme. Que alguien me salve»

Y entonces le vi: Galael. Abrí los ojos y ahogué un gritó. Estaba llamándome, no a la mujer, sino a la bruja. La pesada sombra que acaecía sobre mí, extendió sus alas, cubriéndome por completo, como un manto dispuesto a devorarme. Me levanté presurosa y caminé hasta el lado contrario de la habitación, la enfermera que estaba a unos metros me miró extrañada, incapaz de ver lo que yo sí observaba.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now