Capítulo 12: El ocaso de la flor (Parte III)

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—Querías saber todo de mí, ¿no? —habló para quebrar el barullo del mar—. No hay nada que pueda decir que no giré entorno a ti. Nací el día en que nuestros ojos se encontraron en las profundidades del bosque Bermejo y muero cada día en esa mirada perdida. Hubiera dado todo por no dejarte ir aquella tarde... No sabes cuánto envidio a los humanos, ellos pueden implorarnos a nosotros por ayuda, pero un yeudel, un dios como nos han llamado, ¿a quién puede suplicarle piedad?

»Decir que soy la misma mujer indefensa que dejaste en Ebath es mentirte. El tiempo trasforma todo a su paso, haciendo del corazón más noble tan desalmado y del villano un ser desdichado, como lo hizo conmigo Galael, tú. Soy la Bruja del Olvido, la yeudel que sacrifico su libertad para que el hombre que amaba no muriera.

—¡Basta! —grité, al comprender el señalamiento. Parecía una burla, tenía amnesia, mas no era estúpido—. Ha sido suficiente de este chiste. Eso es un cuento de un libro viejo, no quiero las invenciones... ¡Te quiero a ti! A la mujer que se esconde tras esa careta de inmortalidad y fantasía. No necesitas crear estas historias, tú lo dijiste, si necesitas retroceder para tomar vuelo hazlo, aquí estoy yo al otro lado para sujetarte, sólo inténtalo.

Una mueca agridulce pinto el rostro de Siri. Aguardó por unos segundos y extendió sus manos a mi rostro, me sujeto con ternura, como lo haría una madre buscando el perdón del hijo regañado.

—Cierto, discúlpame por esas tonterías —dijo con una sonrisa amarga—. Olvidemos esto, ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? No necesitamos decir más, como has dicho, disfrutemos este lapso...

—No es eso Siri. No entiendes, yo...

—Shhh. Está bien, no tienes que pretender que quieres ahondar en mi universo —Las lágrimas danzaban al borde de sus cuencas, retenidas por mera voluntad—. Seamos solo esto, dos existencias convergiendo en este punto en la inmensidad.

Silencios, con verdades incompletas y mentiras a medias. Un beso, amargo y presuroso, fue el alimento para el alma, que nos deshojó de la realidad y las inquietudes. Nos fundimos en ese lapso, donde lo único que bastaba era el sabor de la miel que fluía por su boca y de las emociones que escapaban a suspiros. Mis manos descendieron por su cuerpo, para perderse en la forma de su cintura, acercándola tanto a mi cuerpo para que nuestros corazones pudiesen escucharse, el uno al otro. 

Descendí por su cuello explorando la textura de su piel, mientras mis manos se deslizaban en un ir y venir por sus curvas. No hubo oposición al atrevimiento, por el contrario, sus ojos se llenaron de un matiz que no le había visto nunca: lujuria.

Obedecí a la petición implícita en su mirada, para continuar besando la cuenca que se formaba entre su cuello y su hombro, mientras me deleitaba con los sonidos placenteros que escapaban en un hito de voz. Bajé levemente el vestido para contemplar los pequeños lunares que nacían en las profundidades de su pecho y subían hasta su hombro, como estrellas en ese universo de piel blanquecina. Me sumí en el aroma que desprendían los mechones de su cabello, que quisquillosos impedían deleitarme con su cuerpo. La deseaba, pero no quería que fuera de esta forma, con una idea incorrecta en nuestras mentes y el corazón amargo.

—Deseas poseer mi cuerpo, cuando ya eres el dueño de mi alma —susurró.

—Te equivocas, no soy tu dueño. Nunca he pretendido serlo —interrumpí separándola con suavidad. Me detuve apreciar la perfección que brotaba en lo que alguien consideraría imperfecto: el cabello alborotado, el maquillaje corrido y el rostro cansado. Acomodé su vestido y pegué mi frente a la suya—. Cualquier hombre quisiera esto, sin embargo, yo ansió más.

»Te traje aquí porque quería que me conocieras mejor, pero también para que confíes en mí. Pude notar en tu rostro la misma expresión que hubo en el mío antes de conocerte: Tristeza. Sonríes con un dolor que te carcome, al grado en que es imposible disimularlo. Quiero liberarte de esa agonía. No quiero hacerte mía para que no puedas volar libre, nunca he querido que renuncies a lo que anhelas para atarte a mis males. Quisiera pedirte que me amaras, pero no puedo pedirte que saltes a este al abismo que soy... Confía en mí, dime ¿quién eres? Y si acaso compartimos un pasado, ¿qué fuimos?, ¿quién soy? Sé que quizás lo olvide Siri, pero... Hoy en este momento estoy aquí, aferrándome a ti, a todos, con tal de seguir consiente de tu existencia. ¡No quiero olvidarte!

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now