Capítulo 11: Carrera contra el olvido (Parte II)

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El arrebato me convirtió en el caballero de los cuentos de antaño, pero a diferencia de las historias de magia, mi princesa se resistía a ser salvada y sin saberlo, ella me había liberado del demonio que habitaba sólo en mi mente. Caminamos un par de cuadras hasta llegar al tranvía, subimos y nos quedamos de pie, uno frente al otro. Cuando nuestros ojos se encontraron, Siri desvío la mirada y sus mejillas se sonrosaron. Su gesto me causó ternura y siguiendo el impulso que brotaba desde las profundidades de mi ser, sujeté con delicadeza su mentón, obligándola a contemplarme.

—No dejes de mirarme —supliqué, me observó sin mediar palabra y dejé que el par de estrellas amatista me contaran todo—. Son tan bellos, que estoy seguro que si dejas de mirarme, desapareceré.

—No dejaré que lo hagas—respondió y me sujetó con más fuerza—. No permitiré que me olvides...

Sus palabras empezaron a darle cuerda a la esperanza, una idea descabellada y prohibida tomaba forma contra todos los pronósticos médicos, porque cuando se está enamorado todo parece ser factible: Podría no olvidarla, despertar cada mañana y tener presente  su rostro y su nombre; amarla sin el miedo de perderme, salvo entre sus labios, ahí podría hundirme por la noche para despertar más allá de lo permitido, en esos confines de su cuerpo, dónde el sol no había alcanzado a posar algún rayo suyo.

Mi ilusión se tiñó de amargura, al saber lo insensato de mi actuar y la fragilidad de mis fantasías. Por un momento la desolación amenazó mi edén, mas no permití que el dolor se vislumbrara en mí rostro. Sonreí, ignorando a la desgracia y la enorme tristeza que me rodeaba al comprender que no tendría un futuro con ella. Me convertí en el ser más egoísta y quise por un día, amarla y hacer que me amé, sin importar el dolor que pudiese ocasionarle. Rocé su mejilla y acerqué mi rostro al suyo, sus ojos parecían clamar algo más que una caricia, pero me límite a besar su frente.

—No importa que el mundo se detenga, que los mares se sequen o la luz se acabe, ten la certeza que no voy a olvidarte... —susurré a su oído. Era una gran mentira y me odiaría el resto mis días por ello.

—Ni yo a ti. Nunca, lo juro por mi existencia... —afirmó con tanta determinación que me convencí en que podría ser así.

Sonreímos y nos enfrascamos en la atmósfera romántica que creamos para escapar del mundo. El tumulto de gente desapareció y sólo éramos nosotros dos, de pie junto a la última puerta del tranvía. Observándonos en un silencio reconfortante, porque las palabras eran innecesarias. Tras unos minutos llegamos a una modesta estación de ferrocarriles. Neufar era una isla de un tamaño considerable, recorrerla en tren tomaba entre tres a cuatro horas, a lo largo de la costa se extendían varias rancherías y al otro extremo estaba un pueblo llamado "La Unión", el lugar donde mi historia comenzaba. Compré un par de boletos y abordamos.

Siri no me preguntó nada, ni siquiera objetó el destino, en ese punto me sentí algo extrañado de su tranquilidad. Pensé en cuestionarle o hablar de alguna trivialidad, sin embargo, estaba embelesada por el paisaje y yo, por mi parte, me encontraba preso de la belleza que surgía entre su delicado cuerpo recostado a la orilla de la ventana, con la libertad de su cabello agitándose al viento y la serenidad que emanaba de sus facciones, era hermosa. Era la luna encarnada, calmada y silenciosa, pero sumamente hipnotizante e imponente. Suspiré. Y seguí contemplándola en la confidencia del silencio, hasta que ella habló.

—Estoy sorprendida. No había tenido la oportunidad de recorrer esta parte de la isla —dijo sin mirarme, admirando aún el paisaje.

En el horizonte las olas del mar celebraban el ritual de cada tarde, se alzaban con ímpetu aclamando al sol. Las nubes y el cielo apenas se coloreaban de rojos y naranjas. La playa virgen y serena se preparaba para el crepúsculo del día. Sin embargo, nada de aquel majestuoso panorama podía compararse a la mujer que admiraba.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now