Capítulo 12: El ocaso de la flor (Parte II)

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Silencio. Se podía decir tanto en la afonía, en la insuficiencia de palabras, sólo bastaba un gesto, una reacción, una mueca en el rostro para decirlo todo. Y así me respondió, con el brillo curioso de sus ojos y la disimulada sonrisa.

—¿Qué tiene que ver este lugar contigo? —preguntó y caminó hasta la orilla de la playa, despojándose de sus zapatos y arremangándose el vestido. Las suaves olas juguetearon con sus pies, invitándola a sumergirse en sus aguas cristalinas. Extendió los brazos al cielo, como una flor llenándose de los rayos del sol y yo disfruté del paisaje: de su piel tornándose dorada, de su cabello salvaje agitándose al viento y de las líneas de su cuerpo contrastando con el atardecer.

—Es el todo y la nada; el principio y el fin de quien soy —respondí, aún contemplándola.

Me acerqué a la sombra de una palma y recordé la primera vez que tuve conciencia de mi existencia: Una cobija marina golpeaba mi cuerpo al ritmo del viento, entretanto el sol comenzaba a iluminar todo lo que tocaba. La luz me obligó a despertar de la seguridad que me propiciaba la inconsciencia, para adentrarme en el terror que nació justo en el momento que no supe quién era y dónde me encontraba. Grité desesperado cual niño extraviado, hasta que alguien me socorrió: Un joven llamado Samael. Para mí era un desconocido, mas él sabía mi nombre, porque era la segunda ocasión en que me encontraba así, tan desorientado.

—Aquí es donde nace el Gael que encontraron mis padres adoptivos, un hombre que llegó del océano, con un vació en la cabeza tan extenso como los mares; aquí también muere él, sepultando la historia que construyó con la gente de este pueblo, para después darme vida a mí... —expliqué. Un escalofrío subió por mi espalda, respuesta inmediata a la idea que susurraban mis demonios: ¿También yo fallecería ahí? Tomé un cigarrillo más para calmar la ansiedad.

—Fumar tanto te hará daño —regañó y desvió la atención del tema, evadiendo una verdad que nos aterraba a ambos—. Créeme loca, pero he visto gente morir por ello.

—Esperemos que al próximo Gael no le agrade fumar —bromeé y retomé la conversación—. Me intriga saber cómo será mi sustituto, le envidió. Aunque si lo analizo a profundidad, yo usurpé el lugar de mi predecesor, eso me hace un tanto ruin, ¿no crees?

—Tú, el anterior y el siguiente son la misma persona: Gael —concluyó con cierto tono de molestia. Caminó por la orilla un par de metros y regresó, su rostro denotaba palabras que se ahogaban en su garganta.

—Este es mi cementerio.

—¡No lo es! —negó exaltada. La palabras saltaron de su boca con furia, resultado de la frustración que le producía el tema—. No vas a morir, despertarás y seguirá latiendo tu corazón, en el mismo cuerpo, con el mismo cerebro. Seguirás siendo tú...

Su voz se apagó. Al igual que mi madre, Siri me mostraba ese semblante que me partía el corazón: El de la impotencia de no poder alterar mi condición. Ambas se afianzaban a creer que yo era el mismo, cuando no era así. Lucía igual, pero no sentía lo mismo.

—Sabes que no será así —afirmé. La máscara que cubría su rostro empezó a descascararse y una gota de tristeza se coló por sus ojos—. Hubo un tiempo en que me obsesioné en averiguar mi pasado. Después de mi segunda recaída, cada mañana repasaba mis sueños, esperanzado en que entre ellos hubiese un indicio de quién era, gradualmente, el ejercicio rindió sus frutos y fragmentos de un hombre llamado Galael tomaban vida entre sueños, pesadillas y alucinaciones.

—¡¿Galael?! —musitó, llevándose una mano a la boca. Una ola imprudente la tomó desprevenida y le hizo tambalearse, recuperó el equilibrio y sonreí ante los malabarismos por evitar el mar—. ¡Gael! En lugar de reír deberías ayudarme... ¡Olvídalo! —exclamó molesta.

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora