CAPÍTULO 14. Niem: Una plegaria sin respuesta (Parte II)

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Al igual que el océano que me rodeaba, mi alma fue cubierta por la noche. Cual farol en la distancia, el Árbol de las almas era mi única guía en el tempestuoso mar que recorría. Las olas bramaban a cada choqué, reclamando mi ser, amenazando con entregarme a los entes deformes que nadaban bajo mis pies. Me tambaleaba como si caminase sobre una cuerda floja a punto de reventarse. Respiré hondo.

«Deberías huir» sugirió una voz cobarde. Evidenciando el fracaso de mi encomienda. Pese a las tribulaciones que me abatían, ignoré el deseo: y no es porque pretendiese ser una heroína, sino porque huir carecía de sentido. No existía sitio al que escapar, nosotros éramos aves volando en círculos dentro de una gran jaula, llamada tierra; y ella era la niña caprichosa que podía retirarnos el alimento o torcer nuestros cuellos cuando lo deseara. Era inútil intentarlo, más no ilógico ansiarlo.

Mis pasos iban encaminados hacia Ixiora, pero mi mente se escabullía en Galael. Los recuerdos brotaban junto a las diminutas lágrimas que caían contra mi voluntad. Me despedía de lo que tanto amaba, como muchas veces lo hicieron los que se deleitaron con mi canto.

«¿Por qué debo hacer esto?», exclamó la frustración «Ahora que podía acariciar la felicidad. ¿Por qué mis alegrías tienen que ser tan efímeras?... ¿Y si volviese con él? Podríamos intentar escondernos... Pero, ¿cómo le haría entender todo lo que soy? ¡Lo qué es él!...»

—Imposible. Sólo de esta forma podré protegerle —respondí acallando a los demonios. Sequé la humedad de mi rostro y rocé mis labios, recordando sus besos—. Aunque sea breve, me es suficiente. Si tengo que sufrir un siglo para volver a verle, lo haré. Si tengo que soportar la ira de Ixiora, la aceptaré. Si tengo que morir por él, moriré. No es necesario que él me ame, ni siquiera que me recuerde, continuaré, porque así es el amor... Además si renuncio ahora, ¿qué sentido tendría todo el sacrificio hecho? Sólo es una tormenta más, el sol de sus ojos brillará de nuevo y podré contemplarlos desde esta vida o el averno...Seré feliz, si él existe. ¡Lo sé! ¡Puedo hacerlo! —grité y apreté mis puños.

No flaquearía aunque todo estuviese en contra.

—¿Tan segura estas de lograrlo? Sigo sin comprender tu obsesión con ese yoruba —inquirió un dueto de voces chirriantes: Ixiora—. ¡Acércate! —ordenó con la fuerza de un trueno y el universo se movió a una velocidad descomunal, llevándome hasta el pie del gran árbol—. Al fin nos encontramos —siseó uno de sus rostros. El de facciones más humanas parecía estar dormido. Agradecí que así fuera, no quería contemplar el blanco abismo que poseía por ojos.

—Creadora he venido lo más pronto posible —Me arrodillé ante el monstruo: sumisa, mas no ingenua: observaba el lugar analizando mis opciones ante el peligro—, estoy a sus órdenes mi señora.

Extendió sus largos brazos para rodearme en un abrazo forzado. Su cuerpo escamoso desprendía el mismo olor fétido de las aguas que nos sitiaban. Era asqueroso. Me percaté de una especie de cordón brotaba de su espalda y se perdía entre las raíces del Árbol de las Almas, sujetándola a éste.

—Sigues tan preciosa, en cambio yo me he convertido en esta deformidad —dijo, mientras acariciaba con brusquedad mi cabeza. Un viento hediondo sopló, agitando las ramas, decenas de hojas marchitas cayeron y se hicieron polvo antes de poder tocar el suelo. Cada hoja era un alma humana, al morir brotaban entre sus ramas, aguardando su siguiente vida.

«Si desaparecen, entonces... no renacerán »

Traté de desviar mis pensamientos ante el evidente desastre, pero fue tarde: el Nixiem le permitió conocer la idea que cobraba forma y temí su ira.

—. Esto no es culpa mía...Sino tuya. Ahora esas pobres almas marchitas no podrán rencarnar, dejaron de existir por ti.

Soltó una carcajada aterradora. Me separé con brusquedad de su cuerpo, para contemplar al ente malévolo que ahora se hacía llamar diosa. Se movió cual víbora, rodeándome y envolviéndome con su larga cola verdosa. Mis huesos crujieron ante la violencia de su agarre, pero no fue tanto como el dolor que brotaba de las heridas de mi alma, su imputación me pesaba.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now