CAPÍTULO 14. Niem: Una plegaria sin respuesta (Parte I)

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16 de Abril de 1940

En algún lugar de África.

"No es dios el poderoso ni el inmortal, sino quien habitando en la oscuridad tiene la capacidad de iluminar el camino de otros, incluso cuando deba sacrificarse a sí mismo "

En voz de Siri

A los ojos de un bosque muerto, cerca de donde corría el alma de dos grandes ríos, entre los escombros de una ciudadela sepultada por el olvido y el fuego, residía la entrada a la divina morada, donde me aguardaba la Creadora.

Volé bajo la vigilia de la Luna, entre la maleza que se revelaba a la hostilidad de la tierra, creciendo entre las rocas, la obsidiana y lo que restaba de Ebath: un paraje alejado de la mano del hombre y los animales, casi nada sobrevivía aquí, consecuencia de los gases tóxicos que aún brotaban del suelo. Hacía milenios que el Rey sin alma pulverizó con el fuego negro esta ciudad. Nadie tuvo oportunidad de escapar.

«¿Cuántas historias yacen en las cenizas? » pensé y empuñé algo de la tierra. «Poco duro la enseñanza. Este error se repitió una y otra vez: humanos matándose los unos a los otros por la ambición. No hay límite a ese deseo insano de imponerse sobre otros, como sinónimo de poder. Aunque el hombre poseyera a todas las existencias de la tierra, no bastaría, y entonces, miraría a las estrellas para adueñarse de ellas también, despojándoles de su libertad. Y ellos son la mejor de las creaciones... »


Retomé la forma de mi cuerpo y me detuve frente a los restos de una torre grisácea, era el lugar donde se irguió un castillo con enormes atalayas, que pretendían alcanzar el sol; el sitio donde el bullicio de una multitud aclamaba a sus reyes y la última morada del rey Ferath II, apenas tenía quince años cuando sucedió a su padre. Quizás fue la falta de pericia lo que le llevó a considerar que vencería Abadon, un rey que juraba ser el hijo del dios Saot. Su poca perspicacia le costaría su vida, la de su pueblo y su legado. Enterrado hasta el olvido.

«No habrá fuego que apague el espíritu de los Rumanenses. Ebath no es la última resistencia, sino el fin de una era de temor e imposición. Abadón conocerá la voluntad de nuestro pueblo y el valor de nuestros guerreros. ¡Por Ruman! ¡Por Ebath! ¡Por nuestros dioses!» las palabras de Ferath II resonaron en mi mente, removiendo recuerdos que ya no me parecían propios.


-Y lo hubo: las llamas negras de Abadón. Su ira se ciñó sobre cada individuo que abanderó la causa perdida de Ferath II. La voluntad no bastó para derrocar al dios falso: Saot, el yoruba de la destrucción... -respondí a mis pensamientos.

-¡Te equivocas hija mía! -Una voz resonó entre el viento, sin proceder de ningún sitio en particular: era La Creadora, cual veneno de serpiente, sus susurros liberaron una ponzoña de temor en mí-. Tú siempre detestando a mis queridas criaturas... El sacrificio sirvió para encender la llama de la justicia en las siguientes generaciones; el anhelo de Ferath II no pereció en tan temible noche. Una semilla fue sembrada en cada hombre, mujer y niño que atestiguó como el joven príncipe combatió hasta su último aliento.

-Son la obra perfecta, siempre le han maravillado los humanos.

-¿Cómo no hacerlo? Es la única especie capaz de redimirse a sí misma de las cenizas una y otra vez para alcanzar su objetivo... -objetó-. A diferencia de ustedes... Nunca dejarán de sorprenderme. Es una pena que lo único que quedé en ti, sea el desprecio a tus hermanos menores.

-Creadora... -murmuré y un escalofrió me recorrió por la espina dorsal, al sentir la creciente amenaza.

-He sido muy complaciente contigo... ¡Apresúrate!

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now