Capítulo 22: Los hijos de Mirthrim (Parte IV)

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El camino hacia el pico Gresco se tornó escarpado, los grandes árboles iban quedando atrás, dando pie a un ramaje seco y espinado; era más desalentador de lo que había visto antes. Al cabo de unos días, y con el paso de los atardeceres, sentí que mi añoranza se encontraba más lejana. Parecía que con cada metro recorrido, me alejaba más de la posibilidad de marcharme.

Viajábamos durante el día, y en las noches nos ocultábamos de animales, cuyo tamaño duplicaba el nuestro. No les había visto, pero el rastro de su andar, aparecía constantemente en nuestro camino. Galael afirmaba que se ocultaban durante el día, y sólo cazaban por la noche, pero no dudaba que pronto daríamos con alguno. Esperaba ansiosa, y con preocupación, el encuentro.

—Creí que la travesía sería de un día o dos—dije. Bebí agua de un pequeño riachuelo, y tras ello, le tendí el cuenco—. ¿A cuánto tiempo estamos? Llevamos mucho recorriendo este rumbo...

—Podría ir más rápido, pero tú terminas vomitando el alimento, que con tanto esfuerzo procuro —espetó irritado. Se dio la vuelta, rechazando mi ofrecimiento—. Si fuese solo ya habría llegado, pero contigo, ¡tenemos que parar a cada rato! ¿Y cuál es la queja? ¡Soy yo el que te ha estado cargando todo el trayecto! ¡Lo único que sabes hacer es quejarte! ¡Ah! Lo olvidaba, también meterte en líos

—¡Eres tú el que ha querido venir hacia acá! —Me levanté y le seguí—. ¿Cómo sabría yo que esa planta era carnívora? —exclamé, habíamos pasado la mayoría del día discutiendo. Para él yo era una chiquilla descuidada, y para mí, él un necio impaciente—. Te he dicho que quiero irme del bosque, ¡y tú me estas refundiendo más en él! —Le aventé el agua

—¡Siri! —gritó fúrico—. ¡Maldi...!

—¡Dilo! ¡Atrévete! ¡No te tengo miedo!

—Y vuelves a lo mismo... —Gruño, su rugido se ahogó cuando partió una roca en dos—. ¡Calla de una buena vez! Si no dirás algo inteligente, mejor no abras esa boca... ¡Esto cansado! Estas tan desesperada por largarte del bosque, y ahí no hay nada...

—No lo has visto, ¡no lo sabes! —Temblé por dentro, enervada por el crujir de piedra—. Como... como... ¿Cómo puedes afirmarlo, si nunca has colocado un pie fuera de este sitio? Me he escapado de Ragoh, ¡para venir a encerrarme entre tus garras! ¡Me niego!

—¿Eso soy? ¿Una cárcel? —Afirmé—, ¡querrás decir el instrumento para tu supervivencia! ¿Piensas qué no me doy cuenta? —Golpeó otra roca, y ésta se hizo añicos, pequeños proyectiles salieron en todas direcciones—. Ni siquiera eres capaz de evadir una roca, si estás conmigo, no es porque yo te retenga, sino por tu voluntad, porque sabes que me necesitas.

—¡Ah! —Gemí. Palpé el área del golpe, irradiaba una fuerte molestia—. ¡Eres un necio! Dices que puedo irme, pero en cuanto me marché terminas corriendo tras de mí, ¡no me dejas!

—¡Vaya! Pensé que eras más madura, pero haces rabieta igual que una chiquilla —Se sentó sobre un tronco seco—. Pero si eso piensas, no iré más, ¡anda! ¡Vete! No te detengo

—Me iré cuando yo así lo deseé, no cuando tú lo digas...

Ambos nos miramos, yo retadora y él meticuloso, conteniéndose. La imprudencia estaba por apoderarse de mi boca, por soltar una serie de acusaciones viles y crueles, pero me mantuve en silencio. Tal vez fuera que el dolor, pero mi ánimo mermó. Me di la vuelta, levanté un madero e hice una señal con él, esperando que entendiera que buscaría más. Caminé sin ningún rumbo en particular, quería alejarme, no de él, sino de la persona en que me estaba convirtiendo. Una persona impaciente, explosiva y con la boca emponzoñada.

«¡Qué cabeza dura! ¡Cabeza dura! ¡Sólo saca lo peor de mí! —pensé. Seguí esquivando las ramas, pero mi falda terminó enredada en una de ellas, tiré sin que me importara romperla—. ¡Qué molestia!»

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora