Capítulo 16: La última estrella - (Parte II)

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El largo pasillo blanco parecía prolongar el trayecto, pero tras unos metros me encontré con Galael, estaba de pie al borde de la entrada de la habitación, con la mirada extraviada, poseía un semblante diferente, como quien ha padecido mucho, y eso me asustó. Parecía esperar a alguien, pero por su sorpresa supe que no era mí. Se acomodó la solapa de la camisa y luego el cabello, pesé al esfuerzo lucía demacrado. Apreté los labios para controlar mis emociones. Quise disculparme cuanto antes, pero fui incapaz de hablarle, algo me hizo titubear: sus ojos. Había una emoción contenida en ellos, algo que no descifraba, pero que me inquietaba, como si observase a un tornado, detenido a unos metros míos, con la amenaza certera de acabar con todo, de destruirme. Así eran sus ojos, me calaban.


-Te parece si caminamos un poco -sugirió con una sonrisa, pero ésta no concordaba con la expresión en su mirada-, estoy esperando que el médico de guardia firme mi alta. Hay un jardín en la azotea, podríamos platicar ahí.

Asentí, el nerviosismo se escapó entre mis manos, jugué con ellas mientras le seguía. Y una vez más, un largo pasillo silencioso y pulcro.

Él iba dos pies por delante, dejándome saborear su desprecio. El simple acto de darme la espalda me decía tanto: no quería verme ni hablarme. La diminuta esperanza luchaba por mantenerse a flote en el mar caótico de realidad: no habría un final feliz para nosotros. Gael no volvería a verme con el mismo cariño de antes y esta vez, sentía que no podría recuperarlo. Tenía el corazón suspendido, apretado en el pecho, ahogándose por la presión de lo que ocurría, latiendo con fuerza en un impulso de liberarse de todo lo que me abrumaba.


Gael se detuvo por unos segundos frente a la puerta que daba a la azotea, le escuché inhalar y exhalar con pesadez, como quien se prepara para el combate, de la misma forma que lo hice yo en el trayecto. Su cabello le llegaba por los hombros, y eso me hizo recordar el día en que se fue de nuestro hogar, aquella despedida entre amargura y coraje, sin oportunidad de decirnos tantas cosas, si en aquel tiempo le hubiese detenido, quizás, sólo quizás, el destino hubiera sido más benevolente.

Suspiré. No me atreví a mirarle cuando crucé el marco de madera, sólo esperé que él entendiera mi determinación, y así fue: me siguió a paso firme.

La fría tarde me abrazó, el aroma de los tulipanes me dio la bienvenida. Caminé hasta una esquina y él me imitó. Le escuché dar vueltas detrás de mí, le imaginé como el león exasperado de estar encerrado, dispuesto abalanzarse contra quien le había domado por tanto tiempo. No quise darle la cara, mantuve la vista fija en el tímido sol, que apenas alcanzaba a verse en el horizonte, forzado a esconderse tras los nubarrones del ciclón que se aproximaba a Neufar: La calamidad, la misma que Ikamori había venido a cazar.

«Desde que ella apareció todo ha ido cuesta abajo -pensé y me negué con la cabeza-. No. Esto ocurrirá sea que ella hubiese aparecido o no»

-Samael me ha contado lo ocurrido -dije sin mirarle. Procuré sonar lo más relajada posible, observé algunas aves alejarse, probablemente buscando refugio de la lluvia que acechaba a nuestros hombros-. Ambos sabemos que esa no es la verdad. Lo tuyo no ha sido una recaída por la amnesia, sino las secuela de entrar al Madaom.

Mi corazón latió desesperado, como si en cada golpe me gritase que no hablará, que fingiera vesania. Los uyintadanes revoloteaban en mi interior, pero esta vez, incluso ellos parecían querer consolarme por lo que ocurriría. Galael no respondió, el silencio entre ambos fue pesado y doloroso para mí.

-Galael -dije y apreté los puños-. Lo que has visto...

-Lo que he visto o lo que no, es irrelevante -dijo con tono monocorde-. El pasado es pasado, no lo necesito para saber quién soy o la clase de ser que eres...

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora