Capítulo 5: Un adiós más.

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En voz de Samael

Neufar: 28 de Abril del 1940

"En el perdón convergen dos emociones primordiales: el orgullo roto y  el arrepentimiento de quien ofrece en una palabra, uno de los actos más humildes"

Seguí corriendo, ignorando el dolor de mis pantorrillas, y aunque la madrugada era fresca y el sol aún no se asomaba por la costa, me encontraba bañado en sudor. En mi mente, repasaban los recuerdos de hacía unos meses, me alejaban de la sensación de cansancio y me impulsaba a seguir corriendo hacia mi meta. Las memorias estaban llenas de ella: Sandy.

Miré el reloj que me había regalado mi padre, uno de sus últimos obsequios. Nuestra relación siempre fue buena, hasta que empecé a salir con ella, nunca les simpatizó. Siempre hubo un motivo para discutir, y todos giraban en torno a mi relación sentimental.

«Nuestro linaje no puede mezclarse, ¿date cuenta de quién eres? ¡A qué familia perteneces! Tú no eres como cualquier otro joven. ¡Tienes talento, pero sobre todo un deber que cumplir!»

Sus palabras aún resonaban en mi mente con precisión y dolor.  Quizás tenía razón, pero deseaba comprobarlo por mi propia experiencia. Poco a poco, la situación se hizo insoportable, hasta el punto en que dejé de ser llamado "hijo" por mi progenitor. Nuestra relación se limitaba a las conversaciones sobre mi encomienda o estado de Gael, poco importaba lo que yo sentía.

Eran las 5:40 de la mañana, así que estaba a tiempo para mi objetivo. La ansiedad comenzó a crecer en mi interior, tanto como una burda alegría. Me detuve en un cruzamiento entre la calle Coral y la avenida Ceiba. Nada en ese sitio me interesaba, salvo la mujer que me incentivaba a llegar a ese lugar, tan sólo para observarla en el anonimato.

Pronto la vería descender del autobús, así que coloqué la capucha de mi sudadera sobre mi cabeza y contemplé la parada desde mi escondite, detrás de una caseta telefónica. Efectivamente, a las seis de la mañana, la doncella de mis sueños descendió de su carruaje amarillo, tirado por un motor ruidoso. Su cabello se revolvió ante el fuerte viento que provenía de la costa, su falda traviesa se levantó sin pena alguna, y simplemente disfruté de la vista. La observé retocarse el peinado, y por breves segundos el mundo desapareció. Únicamente éramos ella y yo, aunque mi amada ignorara mi existencia. El sonido de los vehículos a mí alrededor me hizo reaccionar mientras Sandy era devorada por un edificio, alejándose tras una puerta metálica.

Las calles bulliciosas, los edificios modestos y el viento juguetón, eran los testigos de mi rutina diaria. Me convertí en un acosador: le admiraba en entre las sombras, detrás de algún objeto. Cobardemente prefería el anonimato, no temía de un escándalo, sino que se alejara más de mí. El breve encuentro me bastó para ser feliz; seguía amándola a pesar de las cosas que habían ocurrido entre nosotros. Al menos yo le amaba de verdad.

El recorrido de regreso me pareció largo, aun cuando lo había hecho mucho más rápido de lo acostumbrado. Cuando llegué al departamento Gael estaba sentado en su sillón rojo, y aunque ya había amanecido, seguía estando a oscuras. Lo saludé mientras abría las cortinas sin obtener una respuesta por parte suya. Estando sudoroso me senté en el sillón frente a él y sin prestar mucha atención, empecé a parlotear sobre superficialidades.

—He cometido un error... —dijo con un par de decibeles más elevados que mi voz, probablemente para llamar mi atención.

—Si has cometido un error, arréglalo —repuse, y me levanté para darme una ducha, ni yo mismo aguantaba mi hedor.

—¡No sé de qué forma corregirlo! —exclamó con fuerza sin llegar a gritar, yo me detuve y le miré, lucía decaído.

—Me sorprende que no sepas como arreglarlo, si tú eres más listo que yo, ¿de qué se trata? —pregunté, quitándome la camisa para refrescarme un poco—. Suéltalo. 

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now