CAPÍTULO 13: PACTOS POR MALDICIONES (PARTE I)

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"Añoramos la inmortalidad porque la vida es tan efímera para la magnificencia del universo; mas ignoramos, que la plenitud de la existencia puede encontrarse en la intimidad de un beso"

Denian. El rey sin reino.

En voz de Siri

Isla de Neufar, 13 de Abril de 1940

El mar me alentaba a sumergirse en sus aguas, a sabiendas de la imposibilidad de ahogarme. El frío me envolvía sin estremecerme, la noche me tragaba sin asustarme, en medio de la nada no temía, yo era perene. Sin embargo, había una existencia que podía hacer tambalear todo lo que yo era: Galael. Tendido a mis pies, reposaba plácidamente en un abismo, donde estaba a salvo de nuestro pasado, de mí.

Mi voz había cedido al sonoro oleaje. Las mariposas aún flotaban a nuestro alrededor, como pequeños copos de una nieve purpura, que caían hasta secarse sobre la arena, tornándose negras. Abrí y cerré los ojos un par de veces, hasta que el ardor fue tanto que tuve que tallarlos; tímidas lágrimas cayeron una tras otra hasta mojar el rostro de Galael. Me odie por llorar, no tenía derecho a hacerlo, pero en la soledad no había torre a la que pudiese sujetarme. Me quebré.

« Prometiste que me salvarías... Prometiste que nunca me abandonarías, ¿por qué te fuiste de Ebath?, Si tan sólo nunca hubieras amado a esa mujer... Nosotros...

—¡No! —grité y golpeé la arena—¡Despierta! ¡No me olvides!... —Supliqué. Hundí mi rostro entre mis manos, buscando un consuelo que no llegaba. Los recuerdos del pasado dolían, más aún el saber lo errada de mi decisión. El pacto que había hecho para salvarlo no estaba matando, ¿realmente era la salvación? Ya no lo creía así, era el averno.

Lloré por un largo tiempo, sin percatarme de la presencia que me rondaba. El viento sopló trayendo consigo el perfume de un bosque, uno peculiar, el bosque bermejo. Volteé el rostro y ahí estaba él, Zoran, detrás suyo se atisbaba la floresta rojiza que un día nos acobijó. Sus largos cabellos plateados hondeaban al viento, como destellos de luz, y al igual que la luna ofrece consuelo a los extraviados, así me lo brindaba él. Extendió su mano y no dudé en sujetarla.

Todo a nuestro alrededor desapareció. Neufar había sido remplazado por una ilusión de los primeros días en mi hogar. Una casa de barro y madera rojiza, árboles gigantes que nos ocultaban del mundo que se transformaba a nuestro alrededor, el sonido de aves canturreando en la lejanía y el "Ocan", el lago que reflejaba el alma de la Creadora. Las historias de mis ancestros contaban que se había formado con el llanto de la Diosa, cuando ella descendió de la infinidad estaba tan sola, que lloró y lloró hasta caer en un profundo sueño y cuando despertó había descubierto que de sus lágrimas emergieron los Shishibies, los hijos de la naturaleza, y entonces, supo que era capaz de engendrar, y engendró a tantos que se deshizo en ellos. En nosotros, en todas las existencias que habitan su hogar: la tierra.

—¿Por qué este lugar? —pregunté entre sollozos—. Es tan real.

Me senté sobre una raíz, recosté mi cabeza sobre el árbol y aspire con fuerza, ahogándome en ese aroma, entre dulce y amargo.

—Puede ser tan real como yo deseé —dijo y se sentó a mi lado—. Podemos estar aquí todo el tiempo que quieras, nosotros nada más—Susurró a mi oído. Una calma sobrenatural me invadió, como si mi mente fuese forzada a relajarse.

—No, debo volver —respondí y me alejé de él. Un dolor golpeó mi sien—. ¡Deja de hacerlo! —Exigí, sujeté mi cabeza—. ¡Basta!

—Sólo intentaba ayudarte.

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora