Capítulo 2: Un nuevo hogar

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  • Dedicated to Paola Resendis
                                    

8 de Marzo de 1940: Varios siglos después de la caída de Ebath.

En voz de Zoran

"En los encuentros inesperados, pueden surgir las más gratas coincidencias: es así como inician las odiseas y se conquistan corazones"

El disco de vinilo giraba sobre el gramófono, produciendo un suave sonido; el saxofón y el piano danzaban entre sí, de forma acompasada, en una romántica melodía que embelesaba los oídos de un joven: Gael. Estaba sumergido en su lectura, disfrutando del ambiente que propiciaba aquella cálida tarde de verano, hasta que su tranquilidad le fue robada por un bullicio.

Durante un par de minutos, luchó contra el sonido desacorde que le incomodaba, sujetó con más fuerza el libro de filosofía y releyó por tercera ocasión la misma hoja. El cotilleo distante le venció. Agobiado, abandonó la comodidad de su sofá y se acercó a la rústica ventana. Levantó la cortina, se asomó sobre el marco de madera y entonces, el sonido tomó forma. Algunos de sus vecinos se aglomeraban en el estacionamiento en torno a una camioneta de mudanzas.

— ¡Maldición!, ¿por qué tanto escándalo? —exclamó, mientras arrojaba el libro a la cama—. ¿Acaso no tienen algo más importante que hacer? —preguntó a la ordenada habitación.

Se repitió para sí mismo que no caería preso del chismoseo. Él prefería estar ahí, sentado junto a la ventana, disfrutando una buena lectura y enriqueciendo su mente. Estaba orgulloso de sus dotes intelectuales y no cedería a algo tan ordinario; pero el viento contradijo sus planes y el ruido de la discusión incrementó.

Doblegado por su inquietud, dejó escapar un suspiro y decidió averiguar lo que ocurría. Aunque se negaba admitir que la curiosidad le impulsaba, sus acciones lo delataron: No le importó el cabello despeinado, ni la playera desfajada, menos aún haber pasado desapercibido el entusiasta saludo de una vecina. Bajó a prisa por las viejas escaleras y el crujir de la madera pareció hacerle música a sus pasos.

Sin que él se percatara, la dueña de unos ojos cafés le seguía. Marlett estaba cautivada por el atractivo de su vecino, y es que era imposible no mirarle; Gael resaltaba entre los matices del paisaje humano que habitaba en Neufar, aquella isla caribeña se había independizado de Inglaterra hacía menos medio siglo. En un acto de sumo nacionalismo expulsaron a todos los ingleses, por esa razón era casi imposible ver a alguien con aspecto anglosajón, lo que hacía de Gael tan peculiar. Era de piel tan blanca como el marfil, el cabello rubio oscuro y los ojos color miel. Sin embargo, era un hombre de facciones ordinarias, su rostro era agraciado, sin llegar a ser una exquisitez; tenía veinte años, o eso aparentaba, no estaba seguro de su edad. La falta de recuerdos sobre su origen, hacían de él alguien peculiar; no sabía de dónde venía, pero sí quién era.

El joven cruzó con rapidez la pequeña recepción del condominio, que ahora solo servía para recibir la correspondencia. Lo que fue un lujoso conjunto departamental de los años veinte, había pasado a ser, en tan solo una década, el hogar de familias de la clase media. El edificio era el fantasma de una gloriosa edificación, maltratada por el tiempo y el salitre marino; sus rincones estaban infectados por cucarachas e inquilinos rutinarios.

Tras los pasos de Gael, y sigilosa como una sombra, Marlett le acechaba. La adolescente de trece años había quedado cautivada por el joven intelectual, ocurrió durante una mañana de invierno, mientras él recitaba poesía clásica. Desde ese día estaba convencida de que él, era un ángel encarnado, y ella lo amaba; lo sabía porque al verle su corazón se aceleraba y su estómago se revolvía. Incentivada por sus fantasías, abandonó los juegos y optó por leer los mismos libros que leía su amado, esperanzada en que en algún momento pudiese sorprenderle con su intelecto y belleza. Era una amante silenciosa, aguardando el momento adecuado para confesar sus infantiles sentimientos.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now