1. Caída

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Todo se desmoronó en un instante. El mundo que conocía, el futuro que había empezado a imaginar, todo se derrumbó como un castillo de arena ante una ola implacable. El dolor en mi corazón era agudo, como si algo dentro de mí se hubiera roto irreparablemente. Cada latido se sentía como un recordatorio de la ausencia, de la pérdida, de la realidad insoportable que estaba ante mí.

Mis piernas temblaban, incapaces de sostenerme. Caí de rodillas, el suelo frío y duro golpeando mis huesos, pero el dolor físico era insignificante comparado con el sufrimiento que llenaba mi pecho. Quería gritar, quería llamarle, pero no quedaba voz en mi garganta. Cada intento de emitir un sonido se convertía en un sollozo ahogado, en un suspiro quebrado que solo hacía eco en el silencio abrumador que nos rodeaba.

Mi alma parecía hundirse en un abismo de desesperación. Cada imagen de él, cada recuerdo de su sonrisa, de su voz, se convirtió en un puñal que se clavaba más y más profundo. Sentía que me estaba muriendo por dentro, como si el dolor me estuviera consumiendo desde el centro de mi ser. No había manera de detenerlo, no había manera de retroceder el tiempo. Todo lo que una vez tuvo sentido se desvaneció, y ahora solo quedaba un vacío oscuro y frío.

Me abrazaba a mí mismo, como si tratara de mantenerme unido mientras mi mundo se desmoronaba. La realidad se sentía cruel y despiadada. Las lágrimas caían sin control, cada gota era un reflejo del dolor que me destrozaba por dentro. No había palabras para describir el vacío, el sentimiento de pérdida que parecía arrebatarme el aliento.

Quería gritar su nombre, quería aferrarme a la esperanza, pero no quedaba nada a lo que aferrarse. El mundo era un borrón de tristeza y desolación. El sol, el cielo, todo parecía oscurecido por el peso del dolor que me aplastaba. Era como si todo el color se hubiera ido, como si toda la alegría se hubiera evaporado, dejando solo un paisaje desolado en mi alma.

No había respuestas, no había consuelo. Solo quedaba la dura realidad de que se había ido, y con él, todo lo que había comenzado a soñar. El dolor en mi corazón era insoportable, cada latido era como un recordatorio de que el mundo había cambiado para siempre. Mis lágrimas caían al suelo, cada una un testimonio silencioso de la tristeza que me envolvía. Quería que todo terminara, que el dolor se fuera, pero sabía que era un deseo imposible.

Me quedé ahí, en el suelo, mi cuerpo temblando y mi alma rota, incapaz de moverse, incapaz de encontrar alivio en un mundo que ahora se sentía vacío y sin sentido. Quería gritar, pero no me quedaba voz. Todo lo que podía hacer era llorar, llorar por lo que había perdido, por lo que nunca podría recuperar. El dolor era absoluto, y en ese momento, sentí que morir por dentro era más fácil que seguir viviendo con el peso de esa pérdida.

Las lágrimas se mezclaban con la lluvia, un torrente interminable que parecía no tener fin. Cada gota golpeaba mi piel como un recordatorio de la tristeza que me ahogaba, pero al mismo tiempo, era como si el agua intentara lavar el dolor que me consumía. Me dejé empapar por la tormenta, dejé que el frío penetrara hasta mis huesos, pero nada podía apaciguar la tormenta que rugía dentro de mí.

Evan se acercó, su figura borrosa entre la cortina de agua que caía del cielo. Gritó mi nombre, pero sus palabras se perdieron en el estruendo de la tormenta. Quería detenerme, quería sacarme de ese abismo de desesperación en el que me había sumido, pero yo ya no escuchaba nada más que el eco de mi propio dolor.

Grité con todas mis fuerzas, un grito desgarrador que resonó en el aire, un lamento por lo que había perdido, por lo que ya no sería. La lluvia se llevaba mis palabras, pero el eco de mi angustia parecía llenar el mundo entero. Quería que el dolor se fuera, quería que la tormenta me arrastrara lejos de allí, pero sabía que no había escapatoria. Estaba atrapado en mi propio tormento, en un remolino de emociones que amenazaba con arrastrarme hacia abajo.

Evan se acercó más, sus manos extendidas hacia mí en un gesto de ayuda desesperada. Quería agarrarme, quería sacarme de la lluvia, pero yo ya no quería ser salvado. Dejé que sus palabras se perdieran en el viento, dejé que su preocupación se desvaneciera en la oscuridad que me rodeaba. En ese momento, solo existía el dolor, solo existía la lluvia, y yo, perdido en un mar de desesperación.

El salto al vacío fue como un último acto de desesperación, un intento desesperado de escapar del dolor que me consumía. La sensación de caída libre fue vertiginosa, como si el mundo se hubiera desvanecido a mi alrededor y solo quedara el abismo oscuro y sin fondo que se abría ante mí.

El viento silbaba en mis oídos, arrastrando mis cabellos hacia atrás mientras caía hacia el océano furioso que rugía debajo. Las olas se alzaban como gigantes enfurecidos, golpeando la superficie del mar con un estruendo ensordecedor.

El impacto contra las olas fue como un golpe violento, como si el mar estuviera intentando arrancarme de la realidad y llevarme a un lugar más oscuro y profundo. El agua me envolvió con su frío abrazo, me arrastró hacia abajo, hacia las profundidades abismales.

Me sentí atrapado en un remolino de desesperación y desesperanza, rodeado por el océano implacable que amenazaba con tragarme entero. Mis pulmones ardían, mi corazón latía con fuerza en mi pecho, pero no había escapado. Todo se fundió a negro, y en ese momento, me dejé llevar por las corrientes oscuras del mar, aceptando mi destino con resignación.

Lo último en lo que podía pensar era en el, en mi motero, mi razón de ser, mi mundo entero, la persona que le había dado significado a mis días.

YoursWhere stories live. Discover now