12. Casa

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El motorista se había quedado fumando en silencio por un buen rato, como si estuviera en su propio mundo. Yo observaba las luces lejanas de la ciudad, esperando que todo se calmara para poder volver a casa. El entorno era inquietante, y cada sombra que se movía me hacía mirar dos veces, asegurándome de que no hubiera peligro. El viento soplaba frío, y mis manos empezaron a entumecerse. Finalmente apagó el cigarrillo y lo tiró al suelo, aplastándolo con la bota. Luego, me miró con esa mirada neutral, como si estuviera evaluando mi estado de ánimo.

- ¿Quieres que te lleve a algún lado? - Preguntó con voz baja, sin mostrar mucha emoción.

Había algo en su tono que me hizo sentir que estaba ofreciéndome una salida. No quería quedarme más tiempo en esa zona, y el hecho de que el motorista estuviera dispuesto a llevarme me alivió un poco. Asentí rápidamente.

- Sí, por favor. A mi casa, si puedes. - Respondí, tratando de sonar lo más educado posible.

Él asintió y volvió a ponerse el casco. Se subió a la moto y me indicó que hiciera lo mismo. Me senté detrás de él, tratando de mantener el equilibrio. Cuando puso las manos en el manillar, sentí cómo se inclinaba un poco hacia atrás, como si buscara mi postura para asegurarse de que estaba bien sujeto.

El contacto de su cuerpo contra el mío volvió a ser eléctrico. La presión de su torso contra mi pecho, el calor que emanaba de su chaqueta de cuero. La sensación era a la vez reconfortante y desconcertante, como si cada fibra de mi cuerpo reaccionara a esa cercanía inesperada. El rugido del motor llenó el aire cuando arrancó, y la vibración me recorrió desde la punta de los dedos hasta la base del cuello.

Conducía con firmeza, pero con un toque de suavidad, como si supiera exactamente cómo mantener el equilibrio entre velocidad y seguridad. El viento golpeaba mi rostro mientras avanzábamos por las calles oscuras, y el sonido del motor se mezclaba con el susurro de la noche. Me aferré a la parte trasera del asiento, pero pronto me di cuenta de que no era suficiente para mantener la estabilidad. Él pareció notarlo, porque se inclinó ligeramente hacia atrás y, con una mano, tocó mi brazo, indicándome que lo sujetara por la cintura. Fue un toque breve pero firme, suficiente para que entendiera. Me acerqué más a él y pasé los brazos por su cintura, sintiendo el cuero frío de su chaqueta y el calor de su cuerpo debajo. Ese contacto, aunque necesario para mantener el equilibrio, tuvo un efecto inesperado. La electricidad de su toque, el calor de su cuerpo contra el mío, hicieron que mi corazón latiera más rápido. Me sentí conectado a él de una manera que no esperaba, como si la moto, el viento y la ciudad desaparecieran, dejando solo el movimiento fluido de la conducción y el contacto de su cuerpo contra el mío.

El viaje hacia mi casa fue silencioso, pero esa cercanía me hizo olvidar por un momento el caos de la noche. Cada vez que el motorista giraba o aceleraba, la presión de su cuerpo contra el mío era un recordatorio de que, aunque todo parecía incierto, él sabía lo que hacía. Y esa sensación, esa conexión, hizo que el trayecto fuera menos intimidante y más intrigante.

Finalmente, llegamos a mi barrio, y el motorista detuvo la moto en la esquina de mi calle. Cuando me soltó, sentí un vacío, como si la energía entre nosotros se hubiera cortado de golpe. Me bajé de la moto, todavía un poco aturdido por todo lo que había pasado, y me giré para agradecerle.

- Gracias por llevarme... - dije, sin saber qué más decir.

El motorista solo asintió, sin quitarse el casco. Luego, encendió la moto de nuevo y se alejó por la calle, el rugido del motor desvaneciéndose en la distancia. Me quedé allí, viendo cómo desaparecía en la noche, y me di cuenta de que esa noche había sido más que una simple aventura. Algo había cambiado, y no estaba seguro de qué, pero sabía que no lo olvidaría pronto.

Cuando llegué a casa, todo estaba oscuro y silencioso. La puerta principal chirrió cuando la cerré detrás de mí, y mis pasos resonaron en el pasillo. La casa estaba en calma, pero mi mente seguía acelerada, llena de las imágenes y sensaciones de la noche. Subí las escaleras con cuidado de no hacer ruido para no despertar a nadie y entré en mi cuarto, dejando caer la mochila al suelo.

Me tiré en la cama, dejando que el colchón me tragara. Cerré los ojos y respiré hondo, tratando de relajarme, pero mi cuerpo todavía estaba vibrando con la adrenalina del concierto, el show de motos y el escape con el motorista. Todo parecía surrealista, como si hubiera vivido un sueño extraño y emocionante.

La habitación estaba en penumbra, con la luz de la luna filtrándose a través de las cortinas. Miré el techo, siguiendo las sombras que se movían con el viento, y traté de poner orden en mis pensamientos. La música del concierto seguía resonando en mi cabeza, los riffs de guitarra y el estruendo de la batería, pero lo que más me volvía era el recuerdo del motorista.

Podía sentir todavía el calor de su cuerpo contra el mío mientras estábamos en la moto. La forma en que su mano me había tocado para indicarme que lo sujetara, cómo su cuerpo se inclinaba con cada giro, como si fuera parte de la moto misma. Fue una sensación eléctrica, algo que nunca había experimentado antes. No podía dejar de pensar en eso, en la conexión que había sentido en medio de todo el caos.

El recuerdo del motociclista quitándose el casco, mostrando su rostro atractivo, con tatuajes y piercings, se entremezclaba con la imagen del final de la noche, cuando me llevó a esa zona solitaria de la ciudad. El contraste entre su presencia segura y el entorno inquietante era desconcertante. Me preguntaba quién era realmente, por qué hacía esos shows ilegales, y qué lo motivaba a tomar esos riesgos.

Evan, mi amigo, siempre estaba buscando la próxima gran emoción, pero yo siempre había sido más cauto. Sin embargo, esa noche, con todo lo que había pasado, me di cuenta de que había algo más allá del miedo y la prudencia. La adrenalina, el peligro, pero también la emoción y la conexión humana, todo se entrelazaba en una extraña mezcla.

Mientras me quedaba en la cama, las imágenes de la noche se sucedían como un carrusel en mi mente: el concierto, el espectáculo de motos, la mano del motorista en mi cintura, el rugido del motor mientras me llevaba a casa. Era como si hubiera vivido varias vidas en una sola noche.

Finalmente, me quedé mirando las sombras en el techo, sintiendo cómo mi cuerpo comenzaba a relajarse, el sueño empezando a ganar terreno. No sabía si volvería a ver al motorista, pero algo me decía que esa noche había sido solo el comienzo de algo más grande, algo que cambiaría la forma en que veía el mundo y mi lugar en él. Y con ese pensamiento, me dejé llevar por el sueño, dejando que la noche y sus secretos se desvanecieran en la oscuridad.

YoursWhere stories live. Discover now