35. Confesión

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El día de la cita con Keilan finalmente llegó, y estaba tan nervioso que mis manos temblaban mientras intentaba peinarme frente al espejo. Mi cuarto estaba lleno de ropa desperdigada por todos lados, como si ninguna prenda fuera lo suficientemente buena para la ocasión. No podía decidir qué ponerme, y cada vez que miraba mi reflejo, parecía que todo estaba mal.

Era la primera vez que iba a ver a Keilan fuera del contexto de una fiesta o un evento clandestino, y eso me hacía sentir un torbellino de emociones. Parte de mí estaba emocionado por la idea de pasar tiempo con él, de conocerlo mejor, pero otra parte estaba aterrada por lo que esto significaba para mi propia identidad. Era un salto al vacío, y no tenía idea de cómo aterrizaría.

Mientras intentaba elegir una camisa que no pareciera demasiado formal pero tampoco demasiado casual, escuché la puerta de la entrada cerrarse con un golpe. Mi madre había llegado a casa de repente, lo que era inusual para un día de semana. Me quedé paralizado por un momento, sin saber qué hacer. ¿Debía esconder toda la ropa desperdigada o actuar con normalidad? El pánico se apoderó de mí, pero antes de que pudiera reaccionar, mi madre entró en mi cuarto, sorprendida por el desorden.

- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó, mirando el caos que había creado - ¿Estás buscando algo?

- Ah, sí, solo estaba... eligiendo qué ponerme - dije, tratando de sonar casual pero fallando por completo. El nerviosismo era evidente en mi voz y en la manera en que movía las manos sin cesar.

Mi madre levantó una ceja, claramente no convencida por mi respuesta. Luego, se dio cuenta de mi estado de ansiedad, de cómo no podía quedarme quieto ni por un segundo.

- ¿Qué pasa, cariño? - preguntó con un tono de preocupación - Pareces nervioso. ¿Tienes algo importante hoy?

Su pregunta fue el detonante. Sentí que todo el peso de la cita, de lo que significaba, de lo que me estaba pasando, se acumulaba en mi pecho. No sabía si podía hablar con ella de esto, pero la necesidad de desahogarme, de contarle a alguien lo que estaba pasando, era demasiado fuerte para ignorarla.

- Mamá, yo... - dije, con la voz temblorosa - Creo que me gusta un chico... y tengo una cita con él hoy.

Mi madre se quedó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de decirle. Luego, vi sus ojos llenarse de lágrimas, pero no de tristeza, sino de emoción. Se acercó y me abrazó, con fuerza, como si quisiera darme todo el apoyo del mundo en un solo gesto.

- ¡Ay, cariño! - dijo, con la voz quebrada por la emoción - Estoy tan feliz por ti. Me alegra que me lo hayas contado. No te preocupes, estoy aquí para lo que necesites.

Su abrazo me reconfortó, y por un momento sentí que todo estaría bien. Mi madre siempre había sido comprensiva y amorosa, y su reacción me hizo sentir un poco más seguro de lo que estaba por venir.

Ella me ayudó a prepararme para la cita, eligiendo una camisa que ella pensaba que me quedaba bien y dándome consejos sobre cómo comportarme. Me dijo que no le diría nada a nadie si yo no quería, y que estaba orgullosa de que me atreviera a ser sincero sobre mis sentimientos. Su apoyo fue como un faro en medio del mar de confusión en el que me encontraba.

Mientras me preparaba para la cita, sentí que una parte de la ansiedad se desvanecía, reemplazada por la emoción y la expectativa de lo que vendría. Sabía que todavía tenía mucho por descubrir, pero al menos ahora tenía a alguien a mi lado que me apoyaba sin importar lo que sucediera. Y eso me dio el valor que necesitaba para seguir adelante.

Mi madre decidió que mi cabello necesitaba más ayuda de la que podía darle por mi cuenta. Mientras yo estaba sentado en la silla frente al espejo del baño, ella comenzó a peinarlo con suavidad, usando una pequeña cantidad de gel para darle forma. Su toque era firme pero gentil, y su atención a cada detalle era algo que había echado de menos.

A medida que me arreglaba, me di cuenta de cuánto tiempo hacía que no teníamos un momento así, solo nosotros dos, sin la prisa y el bullicio de la vida cotidiana. Recordé cuando era niño y ella solía ayudarme a peinarme antes de la escuela, sus dedos ágiles trabajando con cuidado para deshacer los enredos y darme ánimos para el día. Ahora, años después, esa misma calidez y cuidado regresaban en ese pequeño acto de cariño.

Su rostro estaba lleno de concentración mientras trabajaba en mi cabello, y de vez en cuando sonreía cuando hacía algún comentario sobre mi estilo o cuando veía que me ponía nervioso por la cita. Su risa era suave, casi imperceptible, pero la forma en que iluminaba su rostro era algo que hacía mucho tiempo no veía.

Me sentí mimado por su atención. Había pasado tanto tiempo desde que tuvimos un momento como este, sin preocupaciones ni presiones externas. Solo madre e hijo, compartiendo un instante de intimidad que, de alguna manera, parecía cerrar una brecha que se había formado con el tiempo. La rutina diaria, sus largas horas de trabajo y mi creciente independencia habían hecho que estos momentos fueran cada vez más raros, pero ahora, aquí estaba, disfrutando de su compañía y dejándome cuidar.

Pensé en cuánto la había extrañado, en cuánto la necesitaba en mi vida, incluso cuando no me daba cuenta. La forma en que peinaba mi cabello, la paciencia con la que escuchaba mis preocupaciones sobre la cita, y la calidez de su presencia me recordaron lo afortunado que era de tenerla como madre. Era como si todo el estrés y la confusión de los últimos días se desvanecieran mientras ella me mimaba con esos pequeños gestos de amor.

Mientras ella seguía peinando mi cabello, sentí que estaba bien dejarme llevar por el momento, permitirme disfrutar de esta conexión sin preocuparme por lo que vendría después. Había tanto que no habíamos compartido en los últimos meses, pero ahora, en esta habitación tranquila, me sentí más cerca de ella que nunca.

Cuando terminó, me miró con una sonrisa y dijo que estaba listo para mi cita. Le agradecí, pero sentí que las palabras no eran suficientes para expresar todo lo que significaba para mí. Sabía que no podía decirle todo lo que pasaba por mi mente, pero el simple hecho de compartir este momento con ella me llenaba de felicidad.

Le di un abrazo antes de salir de la habitación, y ella me abrazó de vuelta, como si también disfrutara de este tiempo juntos. Prometí que haríamos más de estos momentos, que no dejaríamos que la rutina y el ajetreo nos alejaran de nuevo. Porque aunque la vida se volviera complicada y a veces incierta, siempre tendría a mi madre, siempre tendría este amor incondicional que me recordaba que, sin importar lo que sucediera, nunca estaría solo.

YoursWhere stories live. Discover now