31. Teléfono

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Había estado despierto hasta la madrugada, la luz azul de la pantalla del ordenador reflejándose en mi rostro mientras pasaba de un artículo a otro. Estaba obsesionado con los moteros y, en especial, con todo lo que pudiera encontrar sobre Keilan. Cada historia sobre eventos clandestinos de motos, cada relato de sus proezas, me hacía sentir más cerca de él, como si el simple acto de leer sobre su mundo me permitiera entenderlo mejor.

El blog que seguía estaba lleno de crónicas emocionantes sobre carreras ilegales y espectáculos arriesgados. Keilan era una figura recurrente, mencionado con respeto por su habilidad y valentía. Leía sobre sus acrobacias, sus hazañas en la carretera, y trataba de imaginar cómo sería estar allí, en medio del rugido de los motores y la adrenalina del peligro.

Estaba tan absorto en mi lectura que no escuché cuando mi madre entró en la habitación. Solo me di cuenta de su presencia cuando se acercó y tocó suavemente mi hombro, haciéndome saltar de la silla.

- ¿Qué haces despierto tan tarde? -preguntó, su voz suave pero con un toque de preocupación - ¿Sabes qué hora es?

Miré el reloj en la esquina de la pantalla. Ya era tarde, mucho más de lo que había planeado. Pero la necesidad de saber más sobre Keilan me había mantenido despierto.

- Lo siento, estaba... buscando algo -respondí, tratando de sonar despreocupado mientras cerraba las pestañas del navegador - Me perdí en la lectura.

Mi madre frunció el ceño, como si no estuviera del todo convencida de mi respuesta. Luego vio el trozo de papel con el número de Keilan junto a la computadora y lo tomó, mirándolo con curiosidad.

- ¿Y esto? - preguntó, alzando una ceja - ¿Es un número de teléfono? ¿Por qué no lo tienes en tu móvil?

Suspiré, sabiendo que no podía esquivar la conversación sobre el teléfono perdido.

- Perdí mi móvil en el concierto - dije, tratando de sonar casual-. Se me cayó y no lo pude encontrar. Tal vez en la pista del evento.

Mi madre me miró con incredulidad y luego me regañó por ser tan descuidado. Sabía que era un gasto extra que no podíamos permitirnos, y el hecho de que lo hubiera perdido durante un evento clandestino solo empeoraba las cosas.

- No podemos estar comprando teléfonos cada vez que pierdes uno. - Dijo, con un tono firme pero sin levantar la voz - Deberías ser más cuidadoso. El dinero no crece en los árboles.

Asentí, sabiendo que tenía razón. Había sido irresponsable, y ahora tendría que lidiar con las consecuencias.

- Puedes usar mi viejo móvil, el que guardo en el cajón. - dijo, señalando el armario - No es lo más moderno, pero al menos podrás hacer llamadas y mensajes. Hasta que podamos reemplazarlo.

Agradecí el gesto y fui a buscar el viejo móvil de mi madre. No era nada especial, pero era suficiente para mantenerme en contacto con Keilan y con los demás. Me di cuenta de que tendría que ser más cuidadoso en el futuro, no solo con mis cosas, sino también con las decisiones que tomaba. La vida en la periferia de la legalidad tenía sus riesgos, y yo había aprendido eso por las malas.

Mi madre me dio una última mirada, algo preocupada, pero luego salió de la habitación, dejándome solo con mis pensamientos y el viejo móvil en la mano. Sabía que tenía que ser más responsable, pero mi deseo de acercarme a Keilan y de entender su mundo era más fuerte que cualquier regaño. Ahora tenía un camino para seguir adelante, pero también sabía que cada paso sería más difícil que el anterior.

La noche había pasado lentamente. Mi mente seguía llena de imágenes de Keilan, de las historias que había leído sobre él y, por supuesto, del beso que compartimos. Sostuve el viejo teléfono en mis manos, el número de Keilan escrito en el papel que ahora estaba desgastado por tanto manosearlo. Había pasado horas pensando en lo que diría si lo llamaba, pero cada vez que mi dedo se acercaba al botón de marcar, me detenía, paralizado por el miedo y la incertidumbre.

Estaba solo en mi habitación, la única luz provenía de una lámpara en la esquina. La casa estaba en silencio, solo el sonido del tráfico lejano rompía la calma. El teléfono parecía más pesado de lo que debería, como si el simple acto de sostenerlo en mis manos fuera suficiente para hacer que todo se sintiera más real. Sabía que tenía que llamar a Keilan, pero cada vez que lo intentaba, mi corazón se aceleraba y mi mente se llenaba de dudas.

¿Qué diría? ¿Cómo empezarías una conversación después de todo lo que había pasado? La conexión entre nosotros había sido intensa, pero también breve. No sabía qué esperaba de mí, ni siquiera sabía si realmente querría hablar después de todo. Tal vez solo había sido un momento, algo que no tenía más significado que el beso que compartimos. Pero yo quería creer que había algo más, algo que valía la pena explorar.

Miré el número escrito en el papel y me mordí el labio, sintiendo que el pánico me envolvía. ¿Y si no contestaba? ¿Y si ya no quería saber nada de mí? La idea de ser rechazado, de descubrir que el beso no significaba nada, era aterradora. No sabía si podría manejar esa desilusión, y la posibilidad de quedarme en el limbo, sin saber qué hacer o qué esperar, era casi peor.

Tomé una respiración profunda y me dije que solo era una llamada, solo una conversación. Pero mis manos temblaban mientras sostenía el teléfono, y mis pensamientos giraban sin control. Pensé en cómo había sido el beso, en la intensidad de su mirada, y traté de encontrar el valor para hacer la llamada. Pero el miedo a lo desconocido, al rechazo, seguía siendo un obstáculo casi insuperable.

Finalmente, dejé el teléfono a un lado y me senté en la cama, con la cabeza entre las manos. Sentía que estaba perdiendo una oportunidad importante, pero no sabía cómo superarme a mí mismo para aprovecharla. Me dije que necesitaba tiempo, que tenía que encontrar el valor de enfrentar mis miedos, pero el miedo al rechazo, a descubrir que todo había sido solo un sueño, era más fuerte de lo que esperaba.

Me quedé así, en la oscuridad de mi habitación, sabiendo que tenía la posibilidad de hablar con Keilan, pero sin saber cómo dar ese primer paso. Y el tiempo seguía avanzando, como si cada minuto que pasaba solo hiciera que la llamada pareciera más lejana, más difícil de lograr. Sabía que tenía que hacerlo, pero no podía encontrar las palabras para empezar la conversación.

YoursDonde viven las historias. Descúbrelo ahora