56. Maternal

2 0 0
                                    

Desperté con un sobresalto, el corazón golpeando en mi pecho y el cuerpo cubierto de sudor frío. La pesadilla había sido tan intensa que por un momento no estaba seguro de dónde me encontraba. Sentía una mezcla de miedo y confusión, como si el sueño todavía me mantuviera atrapado en su espiral oscura.

Me levanté de la cama, con las piernas temblando y las manos temblorosas. El mundo real se superponía con los restos de la pesadilla, y cada paso que daba era como caminar sobre terreno inestable. Necesitaba un momento para aclarar mi mente, para sacudirme el miedo que aún se aferraba a mí como una niebla densa.

Caminé hacia el baño, el reflejo de la luz del pasillo creando sombras extrañas en las paredes. La casa estaba silenciosa, y cada pequeño sonido parecía amplificarse, aumentando mi ansiedad. Encendí la luz del baño, su resplandor blanco fue un choque para mis ojos, y me acerqué al lavabo, tratando de no mirarme al espejo. Pero sabía que no podía evitarlo, tenía que enfrentarme a mi propio reflejo.

El espejo me devolvió una imagen que no quería ver. Tenía un aspecto deplorable. Ojeras oscuras bajo los ojos, el pelo revuelto y enmarañado, como si no lo hubiera peinado en días. Mi piel parecía más pálida de lo normal, y el cansancio se notaba en cada línea de mi rostro. Parecía un extraño, alguien que había pasado por un huracán emocional y todavía estaba tratando de encontrar el camino de vuelta.

Abrí el grifo y dejé que el agua fría corriera un momento antes de salpicarla en mi rostro. El frío fue un shock para mis sentidos, pero también me ayudó a centrarme. Necesitaba esa sensación, esa claridad que solo el agua fría podía darme. Me lavé la cara varias veces, tratando de eliminar las lágrimas secas y el sudor frío. Pero no podía borrar el cansancio, ni el dolor que todavía sentía en el pecho.

Miré de nuevo al espejo, esperando ver alguna mejoría, pero la imagen seguía siendo desalentadora. Era como si el reflejo me recordara todo lo que había perdido, todas las cosas que estaban fuera de mi control. Me sentía débil, frágil, como si cualquier cosa pudiera hacerme quebrar de nuevo.

El baño era pequeño y claustrofóbico, pero me aferré al lavabo, tratando de encontrar algo de estabilidad. El miedo y la tristeza seguían ahí, escondidos justo debajo de la superficie, y sabía que el camino para salir de esta oscuridad sería largo y difícil.

Tenía que encontrar una manera de recomponerme, de seguir adelante a pesar de todo lo que había sucedido. Pero en ese momento, solo podía concentrarme en el próximo aliento, en el próximo paso, y esperar que el reflejo en el espejo eventualmente se convirtiera en alguien que pudiera enfrentar el día con fuerza y esperanza.

Estaba tan metido en mi propia desgracia que ni siquiera fui consciente de cuando mi madre llegó a casa y, al verme en ese estado tan lamentable, se alarmó de inmediato. Me miró con preocupación mientras me acercaba, y antes de que pudiera decir una palabra, las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos. Me abracé a ella como si fuera mi única salvación en ese momento de desesperación, y le conté todo lo que había pasado, como un niño pequeño buscando consuelo en su madre.

Le hablé de Keilan, de cómo lo había perdido, de cómo me sentía destrozado por dentro. Ella me sostuvo mientras sollozaba, me escuchó con paciencia y comprensión, como solo una madre puede hacerlo. Me habló con dulzura, recordándome que era normal sentirse así después de perder a alguien que quería tanto, especialmente cuando era mi primer gran amor.

Mi madre me sostuvo en sus brazos mientras mis lágrimas caían sobre su hombro. Me sentía tan destrozado, tan frágil. Todo lo que había pasado, todo lo que había perdido, era más de lo que podía soportar. Pero ella me abrazó, me sostuvo con esa fuerza tranquila que solo las madres pueden ofrecer, y me susurró palabras de consuelo, suaves y tranquilizadoras.

Una vez que mis lágrimas comenzaron a disminuir, y el sollozo en mi pecho fue perdiendo intensidad, mi madre me guió hacia el sofá. Nos sentamos juntos, y ella no soltó mi mano, manteniéndola entre las suyas, cálidas y reconfortantes.

- Es normal sentirte así, cariño. - dijo con voz baja, acariciando mi cabello - Perder a alguien que quieres siempre duele. No importa si es tu primer amor o el último, el dolor es real y se siente como si el mundo se desmoronara.

Asentí, todavía sin palabras. El dolor era tan agudo, tan profundo, que parecía imposible de aliviar. Pero mi madre seguía hablándome, su voz era como un bálsamo para mis heridas.

- Quiero contarte algo. - dijo - Algo sobre tu padre y cómo lo conocí. Quizás te ayude a saber que el amor siempre encuentra su camino, incluso cuando todo parece perdido.

Me interesé por un momento, sorprendido de que mi madre quisiera compartir algo tan personal. Mi padre no era un tema del que habláramos mucho; su partida había dejado un vacío en nuestras vidas, y no era fácil para ninguno de los dos. Pero su tono era suave, y parecía querer brindarme algo de esperanza.

- Tu padre y yo nos conocimos cuando éramos jóvenes, como tú ahora... - dijo ella, sonriendo suavemente - fue en una cafetería, un día frío de invierno. Yo estaba leyendo un libro, tratando de pasar el rato, y él estaba allí, trabajando en algo suyo. No nos conocíamos, pero algo hizo que nuestras miradas se cruzaran. Y cuando lo hicimos, fue como si el tiempo se detuviera.

Escuché con atención, tratando de imaginar a mi madre y a mi padre en esa cafetería, dos jóvenes que se encontraban por casualidad y cuyos caminos se entrelazaban. Su voz tenía una nostalgia dulce, pero también había un toque de tristeza.

- Empezamos a hablar, y no paramos en toda la tarde, - continuó - fue como si el universo nos hubiera juntado por una razón. Nos reímos, compartimos historias, y antes de que me diera cuenta, ya estábamos planeando nuestra próxima cita. Fue un amor rápido, intenso, y me sentí como si todo el mundo estuviera a nuestro alrededor, pero solo nos importábamos nosotros dos.

Mi madre hizo una pausa, su sonrisa desvaneciéndose un poco, pero sus ojos todavía brillaban con el recuerdo.

- Pero como sabes, las cosas no siempre salen como uno las planea. - dijo, su voz un poco más suave - Tu padre y yo nos amábamos, pero la vida nos llevó por caminos diferentes. No fue fácil, pero aprendí a aceptar que a veces, el amor no puede cambiarlo todo.

Miré a mi madre, sintiendo el peso de sus palabras. Había tanto en esa historia, tanto amor y tanto dolor. Me di cuenta de que ella había pasado por algo similar a lo que yo estaba sintiendo, y eso me hizo sentir menos solo.

- Quiero que sepas que está bien sentirte así. - dijo ella, apretando mi mano - El dolor pasará, pero debes darte tiempo para sanar. Y aunque no puedas ver el final del camino ahora, siempre habrá algo mejor esperándote. Porque el amor no desaparece, solo cambia de forma.

Las lágrimas volvieron a brotar, pero esta vez con un toque de alivio. Mi madre me abrazó con fuerza, y su amor era como una manta cálida que me envolvía, recordándome que, sin importar lo oscuro que se volviera el camino, siempre habría alguien para ayudarme a encontrar el rumbo de vuelta.

YoursWhere stories live. Discover now