55. Pesadillas

3 0 0
                                    

Evan me llevó a casa, y durante todo el trayecto, apenas podía ver a través de las lágrimas. Estaba destrozado, como un muerto viviente, incapaz de articular palabra o de encontrar algún consuelo. Cada vez que intentaba respirar profundamente, el dolor en mi pecho se intensificaba, como si algo se hubiera roto dentro de mí y nunca pudiera ser reparado.

El coche de Evan era un refugio temporal, pero incluso con la música suave que sonaba en la radio, el silencio entre nosotros era ensordecedor. Evan conducía con una expresión de preocupación y tensión, lanzando miradas hacia mí cada pocos segundos, como si temiera que me desmoronara por completo. Y yo, hundido en el asiento del copiloto, no podía dejar de llorar.

Era un llanto incontrolable, sin filtro ni reservas. Las lágrimas caían en cascada por mi rostro, y mis sollozos eran casi inaudibles, como si el dolor fuera demasiado grande para ser expresado con palabras. Sentía que había fallado, que había perdido a Keilan por algo que no había sido mi culpa, pero no podía deshacer el daño.

Evan no dijo nada durante el trayecto, pero su mano tocó mi hombro, un gesto de apoyo que me hizo llorar aún más. No era solo el hecho de haber perdido a Keilan, sino también el miedo y la humillación de todo lo que había sucedido con Marcos. La carga emocional era abrumadora, y no veía una salida.

Al llegar a mi casa, Evan me ayudó a salir del coche. Mis piernas temblaban tanto que apenas podía caminar, y sentía que el suelo se inclinaba bajo mis pies. Me llevó adentro, cerrando la puerta detrás de nosotros, y me guió hacia el sofá. Me senté, todavía llorando, incapaz de detenerme.

Evan se arrodilló a mi lado, su mano en mi espalda, tratando de calmarme. No hizo preguntas, no intentó razonar conmigo; solo estuvo allí, su presencia fue suficiente para recordarme que no estaba completamente solo. Pero eso no hacía que el dolor desapareciera.

Me cubrí la cara con las manos, intentando contener las lágrimas, pero fue inútil. La angustia era demasiado grande, el miedo y la tristeza se combinaban para formar un torbellino de emociones que me dejaba sin fuerzas. Sentía que el mundo se había vuelto contra mí, y no sabía cómo salir de esa oscuridad.

Evan permaneció a mi lado, su voz baja y tranquilizadora mientras me decía que estaba allí para mí, que todo estaría bien. Pero las palabras se perdían en medio del llanto, y yo solo podía sentir la desesperación de haberlo perdido todo. No sabía cómo seguir adelante, no sabía cómo reparar lo que se había roto. Todo lo que podía hacer era llorar y esperar que, de alguna manera, el dolor se volviera más soportable.

Evan me llevó a mi habitación y me ayudó a cambiarme a algo más cómodo. Estaba tan agotado emocionalmente que apenas podía coordinar mis movimientos, pero Evan se mantuvo paciente, hablándome con voz suave, como si supiera que cualquier palabra demasiado fuerte podría romperme aún más.

El nudo en mi pecho no se deshacía y el llanto, aunque había disminuido, todavía estaba ahí, como un recordatorio constante de todo lo que había perdido. Las lágrimas seguían cayendo de vez en cuando, pero Evan, como siempre, sabía exactamente qué hacer. Su manera de cuidarme era sutil pero efectiva. Siempre supo que, a veces, el simple acto de brindar comodidad podía significar más que mil palabras.

- Viste algo más cómodo, Logan. - dijo, buscando en mi armario unas sudaderas viejas pero suaves - Esto te hará sentir mejor.

Lo hice sin protestar, porque en ese momento, cualquier cosa que pudiera darme algo de calma era bienvenida. Las prendas cálidas y holgadas me hicieron sentir un poco más seguro, aunque el vacío en mi pecho seguía ahí. Una vez cambiado, Evan me llevó a la cama y me hizo sentar, acomodando las almohadas para que estuviera lo más cómodo posible.

- Quédate aquí - dijo - Voy a hacerte un té. El de hierbas, el que te gusta. Te ayudará a calmarte.

Evan siempre había tenido esa habilidad para cuidar de las personas. Siempre encontraba una manera de brindar consuelo a quienes estaban mal, ya fuera con una bebida caliente o preparando algo de comer. Recordé cuántas veces me había preparado una sopa cuando estaba enfermo, o cómo traía chocolate caliente cuando las cosas se ponían difíciles. Para él, mimar a la gente era su forma de mostrar cariño, y yo siempre lo aprecié por eso.

Mientras esperaba, me envolví en las mantas y traté de controlar mi respiración. La angustia todavía era fuerte, pero la presencia de Evan me ayudaba a mantenerme a flote. El aroma del té comenzó a llenar la habitación, y eso, junto con el calor de las mantas, fue un pequeño alivio en medio del caos emocional que estaba viviendo.

Evan volvió con una taza de té humeante y la colocó en la mesa junto a la cama. Se sentó a mi lado, su mano en mi hombro, ofreciendo apoyo sin necesidad de palabras. No preguntó más sobre lo que había sucedido, solo se aseguró de que estuviera lo más cómodo posible.

Tomé un sorbo de té, sintiendo cómo el calor me ayudaba a relajarme un poco. Aunque el dolor y el miedo seguían ahí, la calma que Evan brindaba era suficiente para darme un poco de esperanza. A veces, todo lo que se necesita para seguir adelante es saber que alguien está a tu lado, dispuesto a hacer una taza de té o simplemente a estar ahí, sin juzgar ni pedir explicaciones. Y en ese momento, eso era exactamente lo que necesitaba para empezar a sanar, aunque el camino por delante fuera todavía incierto y lleno de desafíos.

Me quedé dormido, pero el sueño no trajo el consuelo que esperaba. En lugar de eso, las pesadillas tomaron el control, y el miedo y la ansiedad que había estado sintiendo se manifestaron en formas retorcidas y aterradoras. Me encontré en un escenario que reconocía, pero todo era diferente, distorsionado por la pesadilla.

Estaba de pie en el cine, el mismo lugar donde había visto a Keilan por última vez. Pero esta vez, el cine estaba vacío y oscuro, las luces apagadas y las pantallas rotas. El silencio era ensordecedor, y solo se escuchaban mis pasos resonando en el piso de madera. Había un frío helado en el aire, como si algo estuviera mal, como si el mundo estuviera a punto de derrumbarse.

Caminé por el pasillo del cine, buscando a Keilan. Quería explicarle todo, quería hacerle entender que no había sido mi culpa, pero no podía encontrarlo. Cada puerta que abría solo conducía a más oscuridad, más vacío. El miedo comenzó a crecer, y cada paso se hacía más difícil, como si el suelo se estuviera hundiendo bajo mis pies.

Finalmente, lo vi al final del pasillo, pero no era el Keilan que conocía. Estaba de espaldas, y su silueta parecía desvanecerse en la penumbra. Llamé su nombre, pero no respondió. El eco de mi voz resonaba sin respuesta, como si estuviera gritando en un abismo sin fin. Corrí hacia él, pero el pasillo parecía alargarse, y la distancia entre nosotros se hacía interminable.

Keilan giró lentamente, y cuando lo hizo, su rostro estaba cubierto por sombras, como si algo lo ocultara de mí. Sus ojos, normalmente llenos de vida, eran oscuros y vacíos. La frialdad en su mirada me hizo estremecer, y cuando intenté hablar, no pude encontrar mi voz.

- Keilan, espera. - intenté decir, pero las palabras no salieron. Sentí que algo me estaba asfixiando, como si una mano invisible me estuviera sujetando la garganta.

Keilan no dijo nada, solo me miró con esa expresión de desaprobación y decepción. Su figura comenzó a desvanecerse, como un espectro que se disuelve en la oscuridad. Intenté alcanzarlo, pero mis manos atravesaron el aire vacío. El miedo se convirtió en pánico, y la desesperación me llenó mientras todo se desmoronaba a mi alrededor.

La pesadilla era implacable. El cine comenzó a colapsar, las paredes se derrumbaban, y el ruido del caos llenaba el aire. Sentí que estaba cayendo, como si el suelo se hubiera abierto bajo mis pies. Quería gritar, quería escapar, pero no había salida. El mundo se hacía pedazos, y todo lo que podía hacer era caer en la oscuridad, solo y sin esperanza.

Desperté con un sobresalto, el sudor cubriendo mi frente y el corazón latiendo con fuerza. La pesadilla me había dejado sin aliento, y el miedo que había sentido era tan real que me tomó un momento darme cuenta de que estaba en mi cuarto, a salvo. Pero el dolor y la confusión seguían ahí, un recordatorio de que todo lo que había sucedido todavía me afectaba profundamente.

YoursWhere stories live. Discover now