47.✞

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-Vaya, cuantos recuerdos- Nostalgicamente mencionó mi papá una vez que llegamos a la iglesia y mientras estacionaba el auto.

Durante el trayecto, Isaí les contó a mis padres sobre algunas aventuras que tuvo siendo policía. Les contó que hasta lo había pedido para la milicia, pero él no aceptó, pues tenía que buscar otro trabajo para ganar más dinero. Mis padres se veían encantados ante la presencia de Isaí y ni se diga de mi hermano, que lo miraba como si fuera un héroe. A veces, hasta se me olvidaba que era heterosexual y pensaba que estaba enamorado de él. Yo por mi parte, durante el trayecto me dediqué a hacer caras de amargada, quejarme, gimotear, hasta en una ocasión, me salió una lágrima verdadera. Isaí frunció el ceño al verme llorar forzadamente y me regaló una sonrisa que me quitó los berrinches.

Bajamos del auto y en cuanto toqué el suelo, lo sentí inestable, por lo que me tambaleé. Isaac notó mi poca estabilidad, por lo que se acercó y me rodeó con un brazo la espalda baja y comenzamos a caminar en dirección a la entrada de la iglesia. Isaí se puso a lado mío y seguimos caminando como ovejas que van directo al matadero.

Entramos a la iglesia y todos estaban cantando alabanzas. Muchos tenían sus manos levantadas y otros, tenían los ojos cerrados. En su mayoría, eran adultos los que se encontraban casi desmayándose cantando. Por otra parte, los jóvenes, niños y adolescentes, se encontraban con los brazos cruzados o hablando con otras personas como unos totales irrespetuosos. Nos dirigimos por el pasillo para poder encontrar una banca vacía; mi corazón latía cada vez más rápido junto con  el sonido de la batería de la alabanza.  En el transcurso a buscar asientos, mi hermano saludó a varios de sus antiguos amigos con nostalgia y les dedicaba sonrisas llenas de felicidad. Isaí también saludó a unos cuantos (y cuantas) y después, pudimos encontrar un lugar en la tercera fila. 

-¿Cómo estás?- Susurró Isaí ladeando un poco la cabeza para poder acercarse más a mi oído.

-Bien, supongo- Mentí. Me sentía encarcelada.

Como regalo, Isaí me dio un leve apretón electrizante en mi brazo y una sonrisa que me derritió. Las alabanzas acabaron y ahora si, nos sentamos. Sentía como todo mundo miraba en dirección a nosotros y era etendible, pues mis papás eran los más amados de la iglesia y  por mí culpa, nos cambiamos de iglesia y todo porque la gente me trataba de la patada. Las tres horas de predicación, se me harían las más eternas y mucho más, teniendo ojos vigilantes a nuestro alrededor.

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Después de todo, fue mucho más eterno de lo que había pensado. En cuanto el pastor dijo "Pueden retirarse" Me levanté de un salto y casi corro a velocidad para llegar a la puerta. En cuanto salí del atrio, el frío viento chocó contra mi cara, haciendo que se me erizaran los vellos de mis piernas descubiertas. Estaba lloviendo como en los últimos días; gracias a Dios, estaba techado, de no ser así, tendría que quedarme adentro en la cárcel de Dios.

-¡Sara!- Me llamaron y volteé. Era Isaí con cara de preocupado, que se alivió en cuanto me vio- ¿Qué pasa contigo?

-Solamente quiero salir de ahí lo más antes que pueda- Dije de la forma más cordial que pude- A parte, quiero que tú convivas con tus amigos. No quiero ser de molestia o algo.

Isaí se echó a reír y se acercó a mí. Sonreía de una forma que era imposible no pecar viéndola cuando de pronto, se detuvo en seco y su sonrisa desapareció, convirtiéndose su expresión en una de horror, mientras miraba por encima de mi cabeza.

-¿Qué?- Pregunté y volteé por encima de mi hombro. 

Una oleada de celos me atacaron cuando vi a una chica más alta que yo, con un precioso vestido de manga larga, blanco, ceñido que le llegaba hasta la mitad del muslo y con unos tacones unos diez centímetros más altos que los míos. Llevaba unas mallas blancas transparentes por el frío que estaba haciendo y un gorro tejido de lana. Estaba pintada con labial negro y con máscara en las pestañas. Sus ojos azules primero vieron a Isaí, después a mí y otra vez, a Isaí. Preparé mis garras para atacar.

Erotismo VirgenWhere stories live. Discover now