CAPÍTULO 59: LA VERDAD DE DAMIÁN

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FINALES DE AGOSTO E INICIOS DE SETIEMBRE.

Sebastián llegó a recuperarse por el jugo nada delicioso que preparó Hados para él. El Señor del Tiempo les reclamó el hecho de mandar a Benjamín a su casa, porque ese muchacho estaba mal del cerebro y cualquier cosa hubiera ocasionado. Sin embargo, intentó atraparlo, pero Benjamín había mejorado en magia y desapareció antes que lo alcanzara.

Flavia seguía cojeando por la herida en la pierna que cicatrizó después de dos semanas del secuestro. Seguía dándole sus medicinas naturales a Sebastián cada vez que le tocaba. Flavia conoció por fin a la mamá de él. Una mujer muy hermosa, piel trigueña y ojos pardos con gris, como su hijo. Sebastián trataba de maravillas a Paolo, en este tiempo no era el grotesco hijo rebelde que le alzaba el tono de voz. Su mamá engreía cada rato a su hijo apachurrándolo en sus brazos, mientras él se encogía en su cuerpo sintiéndose un niño otra vez. Esa es la verdadera felicidad.

Austin y Amil, siguieron con sus prácticas de canto y pintura. Austin daba clases en sus dos talleres haciendo que los niños y jóvenes expresaran qué es el amor. Amil continuaba cantando en uno que otro bar y ya pronto iba a hacer un contrato para realizar giras internaciones. La suerte les sonreía. El chico de ojos verdes todavía no se atrevía a proponerle a la chica de cabellos rubios para comprometerse. Tenía miedo, mucho miedo.

Jacob, Austin, Matías y Sebastián hasta Hados, llegaron a jugar en una cancha de fútbol un partidito y se les unió a las semanas Damián y Peter que ya se juntaban más con el grupo. Las chicas hacían barras a cada uno de sus chicos, Austin dedicó un gol a Amil y Matías debajo de su remera futbolista llevaba una foto de Amber con la palabra "Te Amo", todos suspiraban encantados del gesto de Matías.

Las chicas también se dieron su tiempo a solas. Fueron un día de shopping para elegir la ropa más linda. Y hablando del cumpleaños de Flavia, la cual dijo que ese día iba hacer una presentación de su segundo libro en una conferencia en el centro de Moa, luego quizás podrían ir a una discoteca a divertirse.

Claro ahí estaba Sebastián actuando bien con ella. Pero el peso le perseguía en su mente. Apuesta, apuesta, apuesta. Se atrevió a decirle a Jacob lo que pasaba, este le aconsejó que es mejor que no le diga nada porque no lo iba a tomar bien, así sea un mundo diferente, son sentimientos de una mujer y con eso no se jugaba. Sebastián y Jacob quedaron en que eso quedaría para ambos.

A finales de Agosto, Austin y Amil, habían tenido relaciones sexuales en uno de sus días libres lejos de Moa, se fueron a la ciudad de Ghen para ir a la playa más famosa de esa ciudad, se decía que cada noche a las 00:00 pm, una sirena cantaba a los jóvenes enamorados para que su amor sea eterno y nunca se separen.

Estaban sentados en la mitad de la arena contemplando el mar inmenso que en pocas ocasiones llegaba hasta ellos.

- Creerías que fuéramos esos niños de la playa. Esos que se robaron su primer beso.

- Cuando me contaste, sí lo creí. Me alegra saber que la niña que soñaba o imaginaba cómo podría ser, serías tú. Amil, me enamorado, y ahora sí es verdadero. Tu amor es sincero- Austin se acerca hasta ella para darle un beso sabor a arena.

Movían sus caras al compás del mar, ella acariciaba su rostro suavemente sin dejar de perder cada textura de su piel, ni olvidar el olor de su cuerpo. Amaba cada ser, cada esencia de ese chico de ojos verdes.

Austin acercó su cuerpo a la de ella colocando su mano encima de su pierna y subiendo los dedos hasta llegar a la parte trasera. Amil se río de nervios y felicidad junta.

Austin iba a ser todo en mi vida, mi primer beso, mi primer amor, el primer hombre que me toque. Nunca lo dudé, él sería todo eso. Y me encanta que sonría cuando ve que me estoy poniendo nerviosa por su mano traviesa. En algún momento llegaría y hoy es. Sus ojos me transmitían que todo iba a estar bien, mientras su mano bajaba las delgadas cuerdas de mi vestido del hombro haciendo que estos ya estén desnudos. Dependía tanto de él, así como el aire para vivir. Cada respiración, cada aliento era suyo. Mi piel blanca que caía al suelo y besaba su cuello le pertenecía a él. Desabrochó mi brasier del cuerpo. Ninguno decía nada, solo nos dejábamos llevar por el momento especial que formábamos. Yo desabroché su camisa lentamente, mirándolo a cada instante, no parecía incomodarle. Mis pechos estaban al aire libre, él me miraba con deseo y amor, recorrió cada parte de mí al estar desnuda y yo la de él. Un dios griego ante mí.

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