Capítulo 3

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El director aspiraba tanto aire que juré que pronto se desmayaría y un tono rojo partía desde el nacimiento de su inexistente cabello hasta las orejas, confiriéndole a su cara un aspecto bastante cómico si no fuera por el hecho de que se encontrab...

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El director aspiraba tanto aire que juré que pronto se desmayaría y un tono rojo partía desde el nacimiento de su inexistente cabello hasta las orejas, confiriéndole a su cara un aspecto bastante cómico si no fuera por el hecho de que se encontraba de esa manera al vernos a Sebastián y a mí, semidesnudos, luego de haber saltado la maya para escaparnos, aparentemente.

Dije lo primero que vino a mi cabeza, sin procesarlo demasiado:

—No es lo que parece, de verdad. Él es un patán.

El director comenzaba a echar humo por las orejas.

—A mi oficina, ¡ahora! —Me señaló con su dedo y gritó—: ¡Báez, cúbrase!

No perdí tiempo y le arranqué la camiseta a Sebastián de sus dedos congelados. No era la primera vez que usaba su ropa, pero era la primera vez en dos años que estaba lo suficientemente cerca como para volver a aspirar su colonia. Un nudo en mi estómago se apretó con fuerza y debatí si debía dejar de respirar o ceder ante el deseo de aspirar la tela de la camiseta hasta drogar mis sentidos como la persona con cero dignidad que era.

Sebastián tardó apenas dos segundos en tomar la decisión. Pasó delante de mí para comenzar a subir la cerca e ingresar al liceo otra vez, no sin antes susurrarme:

—Más te vale no dejarle tu maldito olor prendado. Y asegúrate de tener cuidado al volver a cruzar, no quiero que la vayas a deshilachar.

Solo así, deseé no haberme bañado en seis meses para dejar su estúpida camiseta pestilente ¿Cómo pude haber sido amiga de alguien así? ¿Siempre se comportó de esa manera, o ser un cretino era su nuevo pasatiempo? Quizá estaba demasiado ensimismada en él como para considerar bajarlo del pedestal donde lo tenía puesto.

La caminata de la vergüenza a través del liceo no fue tan mala debido a que solo unos pocos estudiantes se encontraban en los pasillos, pero yo sabía que el chisme no tardaría en llegar a los oídos de todo el mundo de la manera más polémica posible: ¡El director atrapó a Ángela y a Sebastián intentando fugarse del colegio! El hecho de que Sebastián iba desnudo de la cintura hacia arriba y que yo llevaba puesta su camiseta verde menta que me llegaba hasta la mitad de los muslos, no hizo mucho para resguardar nuestro buen nombre.

Mientras cruzábamos la esquina, me rezagué un poco y aproveché que el director no estaba mirándome para tomar mi teléfono y escribir rápidamente un mensaje de texto a Val:

Problemas. Oficina del director. No puedo explicarte ahora, pero es muy importante que vayas a la tienda de mascotas, compres un hámster marrón y antes de que termine la competencia de natación lo coloques donde

Estaba a punto de escribir "Catalina", el nombre de pila de la profesora de Biología que era dueña del animal, cuando el director se detuvo bruscamente y giró, gruñéndome:

—¿Tiene usted su celular en la mano, señorita Báez?

—No, señor —respondí nerviosamente. Mantuve oculto el móvil detrás de mi espalda mientras escribía el nombre de la profesora Torres sin mirar, rogando a los cielos haberlo escrito correctamente luego de presionar el botón de enviar.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora