Epílogo

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Dos años después

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Dos años después.

Abrí la puerta. Mi mejor amiga, Valerie; su esposa, Camila; Perssia, mi hija; y mi madre, se hallaban sentadas en los sillones de la sala, aguardando. Se pusieron en pie demasiado enérgicamente en cuanto me vieron entrar. Perss, peinada con su cabello recogido y creciendo demasiado rápido para mi gusto, era una señorita encantadora e impaciente. Fue la primera en dar un paso al frente.

—Mamá, ¿dónde está?

—Está con tu papá.

—¿Puedo ir a verlo? Por favor.

—Todos vamos a aguardar aquí —le informé, dejando mi cartera en la mesita de café—. Los planes resultaron bastante diferentes de lo acordado.

Mamá no perdió tiempo antes de fruncir el ceño y mirarme llena de preocupación.

—¿De qué estás hablando?

—Bueno... —Tomé aliento, esperando que se emocionaran por esto tanto como yo—. Sé que prometí volver con un hermanito para ti, Perss.

—Dijiste que traerías un bebé a casa, que yo te ayudaría a cuidarlo.

Valerie se alarmó, mirándome como cuando anticipaba que yo me había equivocado a lo grande, pero estaba vez no era así. Lo sentía en el alma, la decisión más acertada que había tomado en mi vida.

—Ángela  —pronunció mi mejor amiga—, ¿qué demonios hiciste?

—Quiero que todos lo reciban con el mismo cariño que iban a recibir al bebé, ¿entendieron? —Me aseguré de mirar con severidad a cada una de las personas que se hallaban en aquella habitación—. Más les vale aceptarlo con todo el amor que sé que son capaces de dar.

—Hola, hola —escuché la voz de Traian a mi espalda, luego el sonido de la puerta cerrándose—. Tengo a alguien muy especial que quiero presentarles.

Giré para encarar a mi marido, quien poseía una sonrisa tan brillante como la mía. Guiñó un ojo hacia mí, recordándome que contaba con su apoyo incondicional. Unas manos pequeñas se aferraban a la cadera de mi esposo, y el resto del cuerpo del invitado especial se refugiaba tras su espalda. Estaba asustado y lo entendía muy bien, pero era tiempo de que conociera a su nueva familia. Sabía que todos íbamos a recibirlo calurosamente, solo necesitaba que saliera de su escondite.

Descendí hasta que mi rostro quedó a la altura de dónde debía estar el suyo, y murmuré, utilizando un tono de voz amable:

—Kiran, cariño, sal de allí.

—Está asustado —murmuró Traian. El niño se aferraba a él con fuerza, no podía culparlo.

—Cariño —susurré, colocando mi mano sobre las suyas—, nadie va a hacerte año. Somos tu familia ahora. Sé que estás asustado, pero nada malo va a pasar.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora