Capítulo 42

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Mi bebé estaba cumpliendo su primer año de edad

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Mi bebé estaba cumpliendo su primer año de edad.

Perssia nació un 12 de octubre por parto natural, pesando siete libras. La enfermera que me atendió tardó en depositarla en mis brazos porque su padre la había acunado en cuanto fue cortado el cordón umbilical, y casi tuve que gritarle a mi marido para que me dejara ver a mi hija.

Una hija. Perssia no lloró, solo me miró con unos enormes ojos grises que hacían contraste con la delicadeza de su carita. Sabía que algunos bebés nacían con los ojos de dicho color pero se oscurecerían con el paso del tiempo; sin embargo, algo en mi interior me decía que aquellos eran en definitiva los ojos de mi hija, tan idénticos a los de su padre que me hipnotizó. La enfermera la observaba encantada mientras ella mantenía sus impresionantes iris fijos en mí. Esa fue la tercera vez en la vida cuando supe que estaba completa y absolutamente enamorada de alguien.

—Tiene tus ojos —alabé sin poder evitarlo, examinando las motas más oscuras dentro del gris claro, cerca de su pupila.

Traian sonrió, con la mirada puesta en nosotras y un halo de devoción haciéndola brillar.

—No puedo creerlo... ¡Sí, los tiene!

—Eres tan preciosa —susurré, tomando su pequeña mano y depositando un beso sobre ella. En aquel instante, Perssia esbozó algo muy parecido a una sonrisa—. Oh Dios mío. ¡Mírenla!

—Sonríele a mamá, Perssia —decía Traian, utilizando un tono de voz dulce y tomando con cuidado su otra mano—. Mi princesa...

—Nuestra —corregí, sintiendo las gotas de sudor aún caer como un río desde mi frente, pero aquellas horas de sufrimiento habían valido la pena. No podía creer que tuviera a una criatura tan pequeña y delicada acunada contra mi pecho.

—Lo hiciste, amor. —Él besó mi cabeza, sonando tan orgulloso que mi corazón se aceleró. Sentí aquel cosquilleo familiar en mi estómago, el cual nunca logró desaparecer con el tiempo—. No puedo creer que por fin haya llegado.

Si no hubiera estado tan agotada habría soltado un bufido burlón.

—Cariño, que Perssia haya nacido es una bendición, porque tú y tu impaciencia estuvieron a punto de volverme loca.

—Nueve meses es demasiado tiempo —dijo con disgusto. Entonces volvió a centrarse en nuestra hija y su rostro se suavizó, mirándola bajo el más poderoso hechizo—. Pero ella es perfecta... Tan bella. —Se inclinó hacia el oído de Perssia y susurró tiernamente—: Papi te ama.

—Ella también te ama. —Sonreí, acunándola—. Ambas lo hacemos.

Y era cierto. Perssia había dejado de mirarme para centrar toda su atención en el gigantesco hombre con uniforme de hospital que sufrió mucho más que yo durante el parto. Lo que ella no sabía era que ese treintañero pecaminoso y oscuro era su padre, y que con solo un parpadeo ya lo había puesto de rodillas.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora