Capítulo 50

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Nos encontrábamos en las oficinas del Registro Civil

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Nos encontrábamos en las oficinas del Registro Civil. No era el lugar más romántico del mundo pero estábamos quienes debíamos estar: los padres de ambas novias, mi esposo, mi hija y yo. Aunque las personas de más edad en aquella habitación no apoyaban el matrimonio homosexual, me sentí genuinamente feliz de saber que ninguno de ellos obstaculizó la alegría de sus hijas. Las aceptaban sin importar qué, y su apoyo era incondicional incluso ahora, cuando a Valerie le temblaban las manos y Camila parecía estar a punto de hiperventilar.

La oficina se encontraba contigua a un patio, por lo que el ambiente se llenó del dulce aroma de las lilas y el frescor de la menta. El abogado se encontraba de espalda a la ventana y mis dos mejores amigas se miraban fijamente, sentadas frente al gran escritorio de madera. Nosotros, los testigos de aquel acto, nos localizamos en las sillas plegables cercanas a la pared. Como dije, quizá no fuera la boda exótica en la playa que Valerie habría deseado, pero lo importante era que la cantidad de amor y excitación en aquella habitación parecía a punto de desbordarse, comenzando por los poros de Camila, quien sonreía tanto que fue imposible no contagiarse.

El padre y la madre de Cam, con el cabello blanco y ropa sencilla pero expresión seria, se encontraban sentados a mi lado. Susurré:

—Voy a necesitar un rollo de cinta.

—¿Para sujetar juntas las manos de mi hija? —respondió su padre con una media sonrisa.

—¿Acaso me lee la mente?

Rió con ese vozarrón gutural y se inclinó aún más hacia mí, sin despegar la vista de Camila.

—No, linda, no leo mentes, pero a mí también me está volviendo loco la forma en la que mi hija se mordisquea las uñas.

Los padres de Valerie, quienes me conocían desde hacía tanto tiempo que apenas podía recordar, se encontraban sentados en la fila frente a nosotros. Su padre giró la cabeza ligeramente hacia atrás, sonriendo con malicia también. Era tan parecido físicamente a su hija que podría hacerse pasar por su hermano gemelo, solo que varias décadas más anciano.

—Que sean dos rollos de cinta. Valerie parece querer huir.

—Ambas están muy nerviosas —susurré—. Temen estar equivocándose. Casi tuve que arrastrar a su hija aquí, señor Siena.

—Bueno —intervino el padre de Camila—, si se arrepienten en último momento, no habrán pérdidas económicas que lamentar.

No pude evitar soltar una carcajada cuando su esposa lo aporreó en la cabeza con el bolso, riñendo:

—¡Es de la felicidad de tu hija de lo que estás hablando! ¡Ten más respeto!

—Lo siento, cariño —masculló como un niño, cruzando los brazos y hundiéndose más en la silla.

El siguiente golpe lo recibió el señor Siena frente a mí, enfrentándose a la mirada furibunda de su respectiva mujer.

—¡Tú también, Charles, cierra el pico!

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora