Capítulo 44

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Era sábado, exactamente una semana después del primer cumpleaños de mi hija

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Era sábado, exactamente una semana después del primer cumpleaños de mi hija. Traian estaba en la cocina, se había ofrecido a preparar unas hamburguesas para el almuerzo. 

El patio de nuestra casa fue una de las razones por las que decidimos comprarla; lo suficientemente grande como para que Félix, mi gigantesco labrador dorado, y Perssia pudieran correr con toda la libertad que quisieran. No pretendía que mi mascota se sintiera encarcelada y, en medio de una gran ciudad, encontrar una casa con un enorme espacio verde como aquel era poco usual, así que la amaba.

Perssia la adoraba también. Cuando recién nació, acostumbraba sacarla a recibir el sol en la mañana, y ahora disfrutábamos un tiempo de madre e hija con una manta azul estirada sobre el césped, resguardadas  bajo la sombra del único árbol que poseíamos. Ese día decidí peinarla con dos colitas altas y el flequillo que la caracterizaba; combiné su cabello dorado con un vestido amarillo que simbolizaba felicidad y nuestras ganas de vivir.

Traje algunos de sus juguetes favoritos: el Oso Lotso, gigantesco y lleno de pelaje morado; sus cubos de madera, con los que se encontraba construyendo torres en aquel momento; su patito amarillo, sin el cual era incapaz de recibir un baño; el sonajero que tanto amaba, pues su papá movió cielo y tierra para conseguir que, cuando lo agitara, sonara su canción favorita de Moana; y el mordedor de gel verde que se llevaba a la boca desde que tenía siete meses, cuando comenzaron a salir sus primeros dientes. Ya no sentía tanta irritación como antes, lo cual me aliviaba, pero de vez en cuanto lo necesitaba para calmar su ansia mientras terminaban de salir sus incisivos laterales.

—¿Qué estás haciendo, amor? —le pregunté, acostada sobre la manta mientras ella, sentada, jugaba con sus bloques—. Enséñaselo a mamá.

Clavó sus enormes ojos en mí y sonreí ligeramente al notar que había heredado las pestañas de su padre, lo cual envidiaba; y mientras yo le cedí mi cabello dorado, ella lucía labios color cereza y una piel de alabastro.

—¿Quieres que te traiga el elefante de peluche que te regaló papi? —Sacudió la cabeza en negación. Reí al ver el movimiento de sus colitas. Estaba perdidamente enamorada de aquella pequeña—. Mira lo que traje.

Me incorporé y busqué la cesta que se encontraba a los pies de la manta. Había empacado unas frutas que a Perssia le encantaba mordisquear, como un enorme mango maduro, mientras esperábamos a que el cocinero de la casa, quien después de años seguía negándose a cocinar con la camisa puesta, terminara de preparar nuestro banquete de fin de semana. Traian había conseguido cambiar su horario desde que la bebé nació y ahora trabajaba únicamente de lunes a viernes, algo que yo agradecía.

—Amor —la llamé, pues apiló tres cubos de forma vertical y ahora pretendía que su patito de goma coronara la cima—, mira qué traje. —Sus ojos se abrieron con atención y estiró las manos hacia el mango que elevé sobre su cabeza—. Pero no te ensucies demasiado, ¿está bien? —Sabía que era imposible, disfrutaba comer tanto como Traian y ambos acababan con sus rostros embarrados de fruta, así que simplemente se lo di.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora