Capítulo 33

17.3K 2.3K 641
                                    

—Colócate en cuclillas lentamente y lleva las manos a tu espalda —ordenó el chico con ojos de tormenta—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Colócate en cuclillas lentamente y lleva las manos a tu espalda —ordenó el chico con ojos de tormenta—. Hazlo despacio. Si veo algún movimiento extraño, el muerto serás tú.

—Dudo que tengas la menor idea de cómo usar eso —se burló Sebastián, mirando por el rabillo del ojo la pistola que apuntaban contra su cabeza.

Mi corazón rugió, aún incrédulo de lo que presenciaba. Aquello no tenía ningún sentido en absoluto pero era la visión más gloriosa que pude desear. Traian no solo estaba vivo, también me había encontrado. ¿Cómo sabía que fue Sebastián quien me secuestró? Lo único que debía saber era que yo había desaparecido pero, ¿cómo rastrearme? Y más increíble aún, ¿cómo logró pasar la pesada puerta de metal sin que nos diéramos cuenta? ¿Estuvo aquí todo este tiempo o acababa de entrar?

El estado de mi cuerpo y el repentino aturdimiento de mi mente fueron una mezcla que casi me hizo desmayar. La habitación comenzó a dar vueltas y mis ojos se desenfocaron. Traian dio un paso al frente, preocupado, casi soltando a Sebastián. Aquel momento de descuido fue aprovechado por él para estrellar su codo contra la nariz de Traian, quien se tambaleó hacia atrás luego de que el sonido de un hueso partiéndose resonara en la habitación.

—¡Traian! —me alarmé, aferrándome como pude a las mantas de la cama. Seguía mareada pero sabía que corrían ríos de sangre del rostro de mi salvador.

Sebastián no perdió un segundo antes de colocarse en su posición de combate. Lanzó un puñetazo que giró el rostro de Traian hacia la izquierda y lo hizo caer contra la pared. Los sonidos que se producían eran horribles, chasquidos de huesos combinados con el amortiguador que era la carne.

—Hijo de perra. —Sebastián escupió el suelo sucio de la habitación—. Debí asegurarme de que realmente habías muerto antes de marcharme.

Traian jadeó y levantó la cabeza. Me horroricé al ver la parte inferior de su rostro, su cuello y su camiseta empapados de sangre. Se apoyó contra la pared para recuperar el aliento; luego, hizo algo que me sorprendió: Traian sonrió.

—Si fueras tan inteligente como crees que eres, te habrías dado cuenta de que no estaba en coma, pedazo de imbécil.  Salí del coma la noche anterior.

—¿Qué? —exclamamos Sebastián y yo al unísono.

Traian clavó su mirada en mí de una manera tan intensa que mi estómago se llenó de emoción.

—Solo dormía. Me desperté cuando entraste a mi habitación, Ángela. Te vi y... Joder —masculló, tragando con fuerza—, hiciste realidad la visión con la que fantaseé tantas veces durante mi tiempo en la cárcel. Eras mi enfermera, pero con esa apariencia dulce y la mirada que me diste, pude haberte confundido con mi maldito ángel de la guarda.

—No estabas en coma —repetí, incrédula antes las palabras que salían de mi boca. Entonces lo entendí—: Eso fue lo que Antonio quiso comunicarme aquella mañana en el hospital. Habías salido del coma, pero yo estaba tan furiosa con él que no le di la oportunidad de decírmelo.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora