Capítulo 35

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El agente cortaba las cadenas con una máquina tan larga como su brazo, que producía un sonido liberador y agobiante en partes iguales

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El agente cortaba las cadenas con una máquina tan larga como su brazo, que producía un sonido liberador y agobiante en partes iguales. Me sentía desorientada, incapaz de creer que no fuera más que otra pesadilla. En la habitación solo nos encontrábamos el agente con la sierra, el detective que me atosigaba con preguntas que ignoraba y yo.

Estaba sentada en la cama con la vista fija en la puerta. Habían sacado a Traian y Val antes de que yo pudiera protestar, y cuando quisieron alejar a Félix de mí él intentó morder a uno de los agentes, así que se lo llevaron también. No escuchaba sus ladridos ni las palabras del detective frente a mí, solo el ruido constante y el tintineo cuando una a una fueron cayendo las cadenas y, posteriormente, las esposas.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —insistió el detective, un hombre alto y corpulento con algunas canas.

Bajé la mirada y en silencio tracé las marcas de sangre que habían quedado en mis muñecas. Ni siquiera había asimilado del todo la idea de que estaba secuestrada; me era muy difícil concebir que ahora era libre.

—Dos días.

—¿Puede decirme cómo llegó aquí?

Tragué saliva, mirándolo por fin. El hombre lucía distante y apático, como si viera casos como el mío todos los días y ya no lo conmoviera.

—Quiero irme a casa.

—Necesito que responda a mis preguntas.

—Puedo responderlas mañana. —Aspiré aire con fuerza, dejándolo escapar mientras presionaba la mandíbula e intentaba contener mi carácter—. Llevo mucho tiempo sin alimentarme decentemente, detective. Dormí encadenada, me duele todo el cuerpo.

—Lo entiendo, pero según el protocolo...

—Tienen al responsable —sentencié en voz grave, sintiendo mi pecho estrujarse con dolor—. Y yo me he orinado encima. Lléveme a mi maldito departamento ahora mismo.

El detective tensó todo su cuerpo, visiblemente molesto. Sabía que tenía razón en enfurecerse, pero yo tenía aún más derecho de estar de malhumor después de todo lo que había pasado. Solo quería llegar a casa, bañarme con agua hirviendo y esconderme bajo las sábanas hasta abrir los ojos y darme cuenta de que todo me lo había imaginado.

—Necesito que me acompañe al hospital para examinarla.

—Eso no es necesario.

—Es rutinario, señorita Báez. Necesitamos asegurarnos de que usted no ha sido violada.

Mi estómago se revolvió con náuseas y casi vomito sobre su uniforme. ¿Creía que habían abusado sexualmente de mí?

—No he sido violada.

—¿Cómo lo sabe? ¿Estuvo consciente en todo momento?

Mi corazón cayó y terminó de despedazarse. La manera en la que el hombre pronunció aquellas palabras sugirió que él conocía lo que sucedía en este tipo de casos mejor que yo. Inconscientemente bajé la mirada a mi vientre, con mi corazón acelerado ante el pánico. Había pasado horas sin conciencia a causa del golpe y Sebastián tuvo acceso a mí. ¿Podría haberlo hecho? ¿Fue capaz de abusar sexualmente de mi cuerpo inerte?

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora