Capítulo 36

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Traian me despertó posando su mano en mi mejilla y acariciando mi rostro con su pulgar

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Traian me despertó posando su mano en mi mejilla y acariciando mi rostro con su pulgar.

—Despierta —repitió sin cesar, nunca cambiando la voz de un tono cálido.

Abrí los ojos sin recordar en qué momento quedé dormida; lo último que escuché debió ser su declaración de averiguar qué era lo que había entre nosotros, pero mi cabeza se encontraba tan obnubilada por el sueño que me prometí analizar todo más tarde. Lo único que deseaba al bajar del automóvil era una cama y cinco frascos de somníferos.

No me sorprendí cuando me tomó en sus brazos en cuanto puse los pies en la tierra. Estaba demasiado exhausta para seguir rechazándolo, así que abracé con fuerza su torso y dije con voz ronca:

—Estoy hecha un asco, tengo suciedad por todas partes.

—Lo noté.

—Y apesto, demasiado.

—Podríamos hacer una competencia —dijo, encaminándose hacia el ascensor de mi edificio de apartamentos como si hubiera estado allí cien veces antes—. Los dos pasaremos una semana sin ducharnos y el que huela peor cocinará la cena un mes.

Contra todo pronóstico, reí. Fue tan inesperado que me cubrí los labios con la mano e intenté controlarme. ¿Cómo podía mantener algo de humor en mi interior después de todo lo que había experimentado?

—Tengo la impresión de que seguirías oliendo igual de bien.

—Lo dudo mucho. —Presionó el botón del ascensor—. Cuando estuve en la cárcel no pasé un solo día sin ducharme, y aun así mi celda apestaba como un chiquero.

Para evitar profundizar en el tema de su estadía en prisión, porque yo era una cobarde y hablar de ello me haría verlo de una manera menos noble, dije:

—Un cerdito.

—¿Disculpa?

Reí otra vez al ver su expresión confusa.

—Eres un cerdito, y yo también. Los dos apestamos ahora que me has cargado tan cerca de ti.

Eso hizo que una magnífica sonrisa alzara las comisuras de sus labios hasta mostrar una hilera perfecta de dientes y aquellos hoyuelos que solo vi dos veces en el pasado. Aguanté la respiración.

—Somos cerditos, entonces —aceptó—. Tú eres uno muy adorable.

Entramos en el ascensor sin poder borrar una diminuta sonrisa de mi rostro y una brillante del suyo. Por un momento me encontré en blanco, repitiendo sus palabras en mi cabeza. Los problemas quedaron relegados mientras el ascensor subía, y ni siquiera me importó cuestionarle cómo sabía dónde vivía; la manera en la que Traian me miraba conseguía envolver mi cerebro en un manto color plata.

Antes de que pudiéramos dar un paso fuera del ascensor, la puerta de mi apartamento se abrió con fuerza y Valerie, con su rímel corrido en las mejillas y los ojos rojos, soltó un descorazonador sollozo. Inmediatamente salté fuera de los brazos de Traian y corrí hasta fundirme en los de ella. Ambas caímos sentadas dentro del apartamento pero no nos importó. Comenzamos a llorar con fuerza mientras nos sosteníamos la una a la otra para recordarnos que estábamos vivas.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora