Capítulo 55

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—Doctor Martínez —jadeé—, el paciente se niega a dar el consentimiento para la cirugía

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—Doctor Martínez —jadeé—, el paciente se niega a dar el consentimiento para la cirugía.

Miré a mi jefe, quien también era el tío de mi esposo. Antonio trabajaba más horas de las que yo misma podía contar, guardias de hasta tres días sin descanso, y en emergencias médicas él era el cirujano predilecto para casi todos los casos. Los años no habían pasado en vano y las arrugas en su rostro eran demasiado notorias para pasarlas por alto; la piel se había estirado y la gravedad tiraba de ella así como de blanco se tintaba su cabeza. En nuestros escasos segundos libres bromeaba diciéndole que en un par de años más no le haría falta un disfraz para asemejarse a Papá Noel, lo cual el descartaba con un movimiento de su mano.

Su edad podía ser avanzada, pero la cantidad de respeto que le guardaban todos en el hospital, incluida yo misma, era equivalente. Recuerdo que nos conocimos cuando fui interna, y que él le salvó la vida a Traian. En un momento lo odié con toda la fuerza de mi ser, pero Antonio había estado para mí en muchas ocasiones y nos había salvado. Además, Vasil lo adoraba, era la única familia que le quedaba exceptuando a mi hija y a mí. Parte de la adultez conllevaba madurar y perdonar, dejar ir cosas del pasado y aceptar lo bueno que alguien pudiera traer a futuro. Y gracias a las oportunidades que me daba el doctor de asistirlo en las operaciones, yo había aprendido muchísimo.

Eso no implicaba que en aquel momento yo no estuviera exhausta. Mi guardia había comenzado a las cuatro de la mañana de ese día y ni siquiera yo estaba segura de cuándo terminaría. Un accidente de auto nos tenía a todos corriendo en la sala de urgencias.

—¿Hablaste con él? —respondió Antonio, corriendo con demasiada rapidez para alguien de su edad. Yo estaba sudando después de bajar cinco pisos por las escaleras.

—Por supuesto, y se niega a aceptar la amputación hasta que no vea a su familia primero.

—¡Ya debería en el proceso preoperatorio! —Esquivábamos personas con la misma agilidad que nos confería la práctica, como si todos danzáramos en la misma sinfonía energizada—. Ni siquiera deberíamos tener que pedirle autorización para salvar su vida, ¡el hombre apenas consigue decir dos frases coherentes! —Aceleramos el paso, doblando a la derecha—. ¿Y dónde está su familia?

Aspiré aire con fuerza, forzando las palabras a través de mi boca. Siempre me dolía, nunca iba a acostumbrarme:

—Su hijo de cinco años murió a causa del impacto y su esposa salió expulsada por la ventana delantera. La trajeron hace diez minutos pero no pudimos salvarla.

Antonio se detuvo, mirándome. Los enfermeros tras nosotros tuvieron que rodearnos abruptamente y seguir su camino, pero aquel hombre mayor solo podía concentrarse en mí, intentando hallar algo en mis ojos.

—No vamos a decírselo todavía. Para cuando llegue al quirófano ya estará en shock, y vamos a intervenirlo quiera o no. —Dudó, pero finalmente suspiró—: Después de que esté seguro, yo le daré la noticia.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora