Capítulo 17

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—Pequeña —repuso al fin, comenzando a calmarse

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—Pequeña —repuso al fin, comenzando a calmarse. Tuvo que limpiar lágrimas de sus mejillas también—, hacía mucho tiempo no me sentía de esta manera.

—Necesito ir a limpiarme. ¡Esto es repugnante! —Mire el suelo a mis pies—. Y necesito limpiar todo esto.

—Ve a ducharte, yo puedo limpiar esto —dijo Traian. Sus ojos se veían relucientes luego de reír tanto, como si los hubieran pulido.

Dudé, claramente. ¿Iba a dejar a ese desconocido solo en mi casa? Podría husmear entre nuestras cosas o incluso robarnos. Desconocía si tenía antecedentes u objetivos menos que nobles. Pero el pegote comenzaba a incomodarme; yo era una maníaca y odiaba estar sucia, así que realmente lo estaba pasando mal en ese momento. Necesitaba urgentemente lavarme pero no podía perderlo de vista.

Otra vez tuve que tomar una decisión arriesgada. Ese día en concreto estuvo repleto de ellas. ¿Escaparme del colegio o quedarme? Me escapé. ¿Montarme en el auto de Traian o no hacerlo? Me monté. ¿Dejarlo entrar a casa o motivarlo a marcharse? Lo hice entrar. Ahora, tenía que elegir: ¿Permanecía pegajosa y con olor a clara de huevo o me arriesgaba y lo dejaba un rato solo? Creo que la decisión era bastante evidente. Ya había salido repetidas veces de mi zona de confort ese día, ¿qué era otro atrevimiento más? Solo esperaba que las cosas no fueran a resultar mal. No habituaba meterme en muchos problemas y un robo sería algo terriblemente malo.

—Te dejaré solo por un rato, ¿está bien? Iré a darme una ducha rápida.

—Sí, capitana —hizo un saludo militar con su mano. Me relajé un pelín.

—Traian, no toques nada. —Salté la suciedad del suelo y me dirigí hacia las escaleras que conducían a la segunda planta, donde se encontraban mi cuarto y el baño.

—No lo haré.

Me detuve con un pie sobre el primer escalón, la mano en la barandilla, y lo miré. Estaba de pie en medio de mi cocina, parecía que si estiraba alguna de las extremidades de su cuerpo chocaría contra una pared o un mueble, con una enorme mancha de humedad en la camisa que le regaló su abuelita y el cabello empapado. Al levantarme ese día nunca imaginé que las cosas sucederían de esa manera. Mi madre y yo podíamos estar ambas allí sin rozarnos pero él amenazaba con tocar el techo.

Me preguntaba si mi casa era demasiado pequeña o si él era demasiado alto, así que me atreví a cuestionar:

—¿Cuánto mides, Traian?

Sonrió ampliamente, revelando esos dos hoyuelos en sus mejillas que no veía desde que nos conocimos en el estacionamiento del colegio.

—Metro con noventa y un centímetros —respondió sin dudar, como si fuera una pregunta usual.

Solté una carcajada y sacudí la cabeza. Casi acerté calculando su estatura la primera vez que lo vi. El hombre me sacaba ventaja por exactamente veinte centímetros. Nunca me había sentido pequeña hasta que lo conocí, pero ahora tenía el consuelo de que pocos hombres serían tan grandes como él, así que podría descartar mi idea de comenzar a llevar zapatos de tacón a todas partes. Odiaba verme inferior, pero Traian no me hacía sentir vulnerable.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora