Capítulo 7

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Martes, 8:26am

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Martes, 8:26am. Tres años antes.

—¿Por qué no viniste a clase hoy? —pregunté cuando respondió el teléfono.

—¿Recuerdas la mancha roja en mi brazo que te mostré ayer? —Suspiró—: Es varicela. Estoy segura de que mi primito me la contagió cuando fuimos a visitar a mi tía.

—¿Varicela? —cuestioné, rascándome la cabeza—. ¿Qué tan mal te encuentras?

—Esto es horrible —lloriqueó—. ¡Me pica todo el cuerpo! Estoy llena de puntos rojos y costras. ¡Costras!

En mi cabeza se formó una imagen de Ángela, tal y como ella se describía. Mi estómago se apretó en compresión y en mi mente surcó el pensamiento de que yo sería capaz de hacer lo que fuera con tal de aliviar su dolor.

—¿Ya te llevaron al médico? —Si no lo habían hecho la acompañaría yo mismo aunque tuviera pesadillas las semanas siguientes.

—Sí, en la madrugada. Me dieron una pomada que ayuda a disminuir un poco la comezón, pero mami dice que estaré en cama por un tiempo. ¿Podrías ayudarme poniéndome al día con las tareas y eso? No quiero quedar tan atrasada.

—Claro. Angie, ¿tu madre está en casa, cuidándote?

—No, le rogué que se fuera a trabajar. Quería quedarse pero, ya sabes —volvió a suspirar—, no podemos darnos el lujos de que ella falte ni un solo día. Estoy sola. Bueno, yo y trescientos puntitos rojos más.

Desde que dijo que estaba sola, no pude escuchar nada más. Una idea comenzó a adentrarse en mi mente y yo era demasiado terco; en aquel momento la percibía como una chica vulnerable que necesitaba compañía y nada me importaba más que eso. De pronto sabía lo que tenía que hacer y moría de ganas por ir lo antes posible.

—Angie, tengo que colgar, te hablo después.

—Está bien, yo seguiré luchando contra la comezón. ¡Disfruta tu día lectivo!

Guardé el teléfono en el bolsillo de mi desgastado pantalón y recorrí el patio con la mirada. Los grupos de estudiantes se encontraban dispersos y los uniformes no eran de mucha ayuda a la hora de identificar a la persona que estaba buscando, pero por fin encontré su silueta cerca de la cerca que delimitaba los terrenos del liceo y me dirigí con pasos rápidos hacia ella.

—¡Daniela!

Ella volteó ante mi grito y sonrió cuando me miró. El grupito de amigas con el que se encontraba comenzó a soltar risitas y a susurrarse entre ellas, pero las ignoré y me concentré en la chica bajita y de cabello lacio que tenía frente a mí.

—Hola, Sebas —seguía sonriendo, pero esta vez no le tomé mucha importancia a esos hoyuelos que normalmente me parecían atractivos en ella—. Les estaba contando a las chicas lo emocionada que estoy por ir al cine contigo esta tarde.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora