Capítulo 18

24.9K 3.3K 785
                                    

—Sí, amor, lo noté

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Sí, amor, lo noté.

Fingí no haber escuchado su apodo cariñoso. Podría seguir diciéndome "pequeña" o de esa nueva forma que me negaba a repetir, pero yo actuaría como si no fuera nada relevante. Tenía la esperanza ciega de que las amistades entre hombre y mujer normalmente fueran así de emocionantes y con una infinidad de apelativos afectivos. De lo contrario, ¿por qué Traian me trataba de esa manera? ¿Era así de afectuoso con todas las mujeres o solo conmigo? No era que la idea de él llamando a otra chica por mi mismo apodo me molestara, era solo curiosidad.

Llevé los dos platos repletos de panqueques y tocino hasta la isla de la cocina. Rellené los vasos con más jugo de manzana y coloqué todo de tal manera que estuviésemos listos para comer. Entonces, respiré profundo y rodeé la isla para ir a sentarme junto a él en uno de los bancos de madera favoritos de mi madre. Inmediatamente mi hombro rozó el brazo de Traian así que sutilmente alejé mi asiento.

Tuve que mantener fija la mirada en la comida frente a mí y así no parecer más extraña al observarlo comer. Mi curiosidad por cada cosa concerniente a Traian, desde su tatuaje hasta su forma de masticar, era muy inusual, por no decir que temía que no fuera sana. Ya había estado en una relación tóxica antes y si notaba que esta nueva amistad comenzaba a perjudicarme tanto como la anterior, iba a alejarme. No era opcional.

—¿Le pasa algo a tu comida? —preguntó. Estábamos tan callados que pude sentir en mi plato la vibración de su voz.

—Solo estaba pensando. —Hace unos momentos mi estómago gruñía, pero al divagar en mis pensamientos se extinguió mi apetito. Empujé mi plato hacia Traian, que ya había acabado más de la mitad del suyo—. ¿Quieres?

—¿Qué está mal? —bajó sus utensilios y centró toda la intensidad de sus ojos en mí.

Odiaba y a la vez amaba ser la receptora de tal preocupación. Definitivamente yo era una maraña de emociones confusas y contradicciones.

—Solo no tengo hambre. Son apenas las diez de la mañana, desayuné hace pocas horas.

—Vi cómo mirabas la comida hace un momento y lucías hambrienta. —En su plato cortó trozos de tocino que pinchó con el tenedor. Giró su cuerpo hacia mí y acercó el alimento a mi boca—. Ábrela.

—¿Qué? —Debía estar bromeando. Yo no iba a permitir que me alimentara—. No.

—Ábrela grande, Ángela. Te estoy dando de comer a partir de ahora.

No pude evitarlo y me eché a reír.

—No soy una bebé.

Entrecerró sus ojos y dio un rápido escaneo a mi cuerpo. Lucía más preocupado que otra cosa.

—Estás demasiado delgada.

Casi me caigo de mi asiento ante el ataque de risa que me produjo su afirmación.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora