Capítulo 31

18.6K 2.3K 374
                                    

Segunda noche en cautiverio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Segunda noche en cautiverio

Estaba famélica.

Sebastián se había marchado furioso luego de lanzar la bandeja con alimentos contra la pared y que estos se revolvieran entre sí sobre la suciedad del suelo. En un principio permanecí recostada sobre la cama, dejándome consumir por la desesperación. Mi estómago se revolvía y gruñía, pero conseguí mantener el hambre en segundo plano. La sed era una historia diferente; la cabeza comenzaba a dolerme y no recordaba la última vez que había bebido algo, pero lo soporté inmóvil y en silencio.

Él no regresó. Desconocía la hora, pero no escuchaba ranas ni grillos cantar así que me aferré a la idea de que aún no era de noche. Pronto cumpliría mi primer día secuestrada. Quería llorar y gritar ante la desesperanza, pero estaba tan deshidratada que no conseguía botar lágrimas ni mucho menos pasar saliva a través de mi garganta. Era consciente de cada una de mis inhalaciones y dormitaba por momentos, luego me levantaba sobresaltada entre sueños.

En mi reloj mental habían pasado más de cinco horas desde que él se había marchado. Ya no podía ignorar el hambre que me producía un dolor agudo en la boca del estómago. Saboreé mis labios, babosos y amargos. Giré sobre el costado y me hice un ovillo en el colchón, emitiendo sonidos ahogados. Por más que cerraba los ojos no conseguía escapar de la agonía.

Quería vomitar pero estaba vacía. Los bordes de mi visión se empañaban por momentos y los mareos se volvieron inevitables. Reconocía lo que le estaba ocurriendo a mi cuerpo y no había nada que pudiera hacer al respecto. Pasé otra hora acurrucada de esa manera, luego mi pierna comenzó a saltar con espasmos cortos. Miré mis manos, que tiritaban; arrugué el rostro y solté un grito desesperado que hizo eco en cada pared y se clavó en mi pecho.

—Seb...bastian —susurré. Sentí una infinidad de filos rasgar mi garganta y mi voz sonaba destrozada. No podía creer que esa fuera yo—. Sebas...tian, por favor —inhalé, adolorida—, ayuda... Por favor...

Él no vino. Repetí mi llamado decenas de veces más pero la puerta nunca se abrió. Jadeaba en lugar de respirar, me sentía como un animal moribundo que clamaba por una última esperanza. Apenas era capaz de controlar mis brazos, no tenía la fuerza para levantar la cabeza. El tiempo seguía pasando y sentía un peso cada vez mayor que me oprimía contra la cama. En un momento dado ni siquiera fui capaz de seguir llamándolo, mis ojos se cerraron y me desmayé.

Volví a levantarme en la misma posición. Estaba desorientada, perdí la cuenta del tiempo que había pasado. Abrí la boca para gritar pero solo fui capaz de toser. Tosía y tosía sin parar, sonaba como si el polvo de la habitación se hubiera alojado en mis pulmones. Y dolía, cada pequeño movimiento era un suplicio.

Mi cuerpo lo decidió cuando mi mente fue incapaz de procesar una idea coherente. Usé la poca fuerza que me quedaba para empujarme fuera de la cama y caer al suelo con un golpe que fue lo menos doloroso en comparación a lo demás. Las cadenas tintineaban mientras yo me esforzaba por sentarme y mantener mi cabeza erguida, que parecía pesar demasiado para que yo la sostuviera.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora