Capítulo 9

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El profesor cuidándome durante mi castigo recibió una llamada de emergencia, aparentemente, por lo que me dejó salir apenas cuarenta y cinco minutos después de haber llegado

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El profesor cuidándome durante mi castigo recibió una llamada de emergencia, aparentemente, por lo que me dejó salir apenas cuarenta y cinco minutos después de haber llegado. Tomé mi bolso y titubeé antes de comenzar a caminar fuera del salón. Mis pies ya sabían hacia dónde nos dirigíamos antes de que mi cerebro comenzar a evaluar los riesgos.

Yo no era una chica débil, del tipo que permite que las personas le pasen por encima, aunque al parecer esa era la impresión que casi todas las personas tenían sobre mí. Nunca me preocupé demasiado sobre cómo me percibían los que me rodeaban, pues solo me interesaba ser amable con la gente y disfrutar de mi vida de la mejor manera posible. Las únicas personas cuya opinión tomaba en cuenta eran los seres que más me importaban.

En ese momento me preocupé de lo mucho que había cambiado desde hacía dos años. Para bien o para mal, la Ángela de antes era completamente diferente a la que ahora caminaba hacia la oficina del director con el deseo de averiguar si Sebastián merodearía por ahí. No me sentía orgullosa de mi comportamiento; de hecho, si lo analizaba, sabía que me estaba dejando manipular y le permitía burlarse de mí al mantener una esperanza de que él cambiara y por ello aún guardarle cariño en un recoveco de mi corazón. Eso me hacía vulnerable, cosa que Sebastián Videla aprovechaba sin piedad para hacerme daño, intentando satisfacer el odio que de repente sostuvo en mi contra.

Me detuve frente a la puerta de la oficina del director, pero se encontraba cerrada con llave y no había ninguna luz allí dentro. Moritz, Sebastián y el extraño hombre de ojos grises habían finalizado su reunión. Intenté no parecer decepcionada. Gracias al cielo solo yo era capaz de escuchar mis pensamientos, de sentir mi masoquista corazón mendigar por un chico que solo sabía tratarme con desplantes, porque si Valerie o mi madre llegaran a escucharme me sacudirían hasta hacerme entrar en razón.

Al salir del colegio sentí el aire acariciar mis mejillas y alborotar mi cabello suelto. Miré al cielo y se encontraba despejado, tan solo algunos retazos de rayos de sol desperdigados que presagiaban lo hermoso que sería el atardecer. Luego bajé la mirada a las escaleras y me congelé. Un chico se encontraba encorvado sobre el primer escalón, sus respiraciones eran tan fuertes que podía percibirlas desde mi lugar.

Sin pensarlo demasiado, pues mi corazón llevaba mucho tiempo con el anhelo de acercarse al suyo, bajé las escaleras y me coloqué frente a él, que mantenía el rostro pegado a las rodillas y los brazos cubriéndole.

—Sebastián —llamé, en voz baja—, ¿estás bien?

Observé su cuerpo moreno endurecerse, sus músculos se movían bajo la piel tensa al escuchar mi voz. Su reaccionó solo anticipaba lo que iba a decir, debí haberme percatado en ese instante, pero nuestra conexión latía con fuerza y no me permitía marcharme aunque fuera lo mejor según la lógica y la razón.

—Ángela, lárgate —masculló sin mirarme.

Su ropa se encontraba manchada de sangre así como su piel. Imaginaba lo mucho que debía dolerle estar allí sentado con su pierna doblada luego de la golpiza que recibió. Una voz en mi cabeza me gritaba que diera media vuelta y me alejase, que no le permitiera tratarme como si no valiera nada. Casi logro convencerme de ello, hasta que una imagen de un Sebastián de once años vino a mi cabeza.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora