Capítulo 12

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Dos años antes

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Dos años antes. El verano previo a La Confesión.

La casa frente a mí me era tan familiar como la mía propia. Había pasado tantos días dentro de ella y corriendo a sus alrededores junto a mi persona favorita que cada metro cuadrado guardaba el fantasma de algún recuerdo, donde me había visto encontrar el verdadero sentido de la palabra «cariño». Sabía que nunca, en ningún lugar, me sentiría más a gusto que en esa casa. Allí había vivido más alegrías que en la mía propia, y todas junto a la persona que significaba más para mí de lo que yo podía comprender a mi corta edad de dieciséis años.

No sabía por qué me sentía ansioso. Allí estaba, de pie frente a una puerta que había abierto sin tocar cientos de veces antes. Pero algo era diferente, lo sentía cerca de la zona de mi pecho y en la boca de mi estómago; allí, decenas de sentimientos contradictorios jugaban a perseguirse entre ellos hasta provocar un revoltijo despreciable. Eran náuseas, apostaba, pues yo no creía en esa estupidez de mariposas en el estómago. ¿Por qué me sentiría nervioso antes de ver a una chica con la que había pasado más horas de mi vida de las que puedo recordar?

Sacudí la cabeza, intentando concentrarme. No entendía qué era lo que me pasaba ese día. Me sentía tan extraño, allí afuera vestido con pantalones cortos azules, una camiseta blanca sin mangas que exponía mis apenas trabajados brazos, una mochila en mi espalda con todo lo necesario y una toalla blanca en la mano.

Después de tres años, al fin logré convencer a Ángela de volver a ir a las piscinas conmigo. Cuando éramos niños íbamos cada sábado si nos era posible y si por misericordia divina yo no me encontraba castigado. Las piscinas quedaban a diez minutos de su casa y le encantaban; parecía que el agua y ella fueran uno. Pero entonces algo desconocido ocurrió, algo que no me explico aún, y a sus doce años ella decidió que no quería volver a ese lugar. ¿Por qué? Se lo pregunté cientos de veces, pero siempre se negaba a decirme la verdad y eso me molestaba. Yo era su mejor amigo, la conocía mejor que nadie en el mundo, podía decirme lo que quisiera. Nunca la juzgaría, nunca la trataría mal y nunca iba a abandonarla sin importar lo que pasara.

Duré tres años hasta que, quizá para cerrarme la boca, o quizá porque ya había solucionado esa cosa extraña que la cohibió en el pasado, accedió a volver a ir a nadar. Ya estaba harto de ir solo. No era lo mismo sin ella ahí salpicándome agua o intentando hundirnos mutuamente. Solo disfrutaba las ocasiones en las que estábamos juntos; cuando Ángela se encontraba lejos, sentía los momentos volverse insípidos, como si les faltara esa pizca de sal que únicamente su presencia parecía aportar.

Volví a sacudir la cabeza. Llevaba aproximadamente diez minutos allí de pie sin atreverme a llamar a la puerta. Iba a hacerlo justo cuando esta se abrió y la sonrisa cariñosa de la mamá de Ángela me recibió. Automáticamente me sentí relajarme. Ivania era una segunda madre para mí; yo era como el hijo travieso y aventurero que nunca pudo tener. Me quería tanto como yo a ella.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora