Capítulo 43

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—¿Con quién intercambias tantos mensajes?

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—¿Con quién intercambias tantos mensajes?

Valerie se hallaba sentada en la cama matrimonial que Traian y yo compartíamos, su teléfono a la altura del rostro mientras tecleaba. No había pronunciado palabra desde que me acompañó dentro de la habitación para cambiarle el pañal a Perssia, cerca del final de la fiesta.

A pesar de que insistí en arreglar para la bebé una de las cuatro recámaras de la casa, decorando con tonos pastel y pegando siluetas de tiernos animales como jirafas y elefantes en las paredes, después de haber invertido horas en hallar el tipo adecuado de pintura para la habitación y en asegurar la estancia para que Perssia no corriera ningún riesgo de aquí a veinte años en el futuro, en el momento en el que la decoradora de interiores recibió su pago y cerró la puerta de nuestra casa, Traian giró hacia mí y manifestó:

—Quiero que duerma con nosotros.

—No puedes estar hablando en serio.

—Es un bebé, no puede estar solo en ningún momento. ¿Cómo pretendes que duerma aquí?

—Cariño —me encontraba sin palabras, contrita ante la severidad de su semblante y la rudeza con la que hablaba—, nuestra habitación está justo al lado. Tenemos tres monitores para bebé y dijiste que ibas a instalar cámaras de seguridad. ¿No te parece suficiente?

—No —respondió, cruzándose de brazos y distrayéndome con el camino de venas que se remarcaba sobre su piel. El día de aquella discusión llevaba puesta una camiseta gris que hacía maravillas con sus ojos y mantenía los brazos al descubierto.

—Traian, sé razonable. —Me llevé la mano a la espalda, sintiendo el dolor después de haber permanecido de pie mientras inspeccionaba el resultado final de la habitación junto a la decoradora—. Soy enfermera y soy su madre, ¿crees que no me preocupa su bienestar? Me encantaría pasar las veinticuatro horas del día junto a ella, pero los bebés crecen muy rápido y llegará un punto donde tendrá problemas por no haber aprendido a ser independiente.

Suspiró, pasando los dedos a través de su cabello y tirando de él con fuerza. Su barba casi rozaba la cima del pecho, el largo máximo que le había visto hasta ese momento, pero prometió cortársela pronto. Consiguió trabajo en una agencia de seguridad gracias a su tío y un par de días a la semana llegaba a casa tan tarde que se lanzaba derrotado sobre la cama sin pronunciar palabra, dejándome acariciar su piel hasta que se quedaba dormido. Se aseguraba de que su vestimenta fuera impecable, con camisa, corbata y pantalones formales antes de marcharse al trabajo, pero insistía tanto en complacer mis caprichos, como hacerme el desayuno cada mañana a pesar de tener que madrugar el doble, que no tenía tiempo para cuidar demasiado de los detalles de su apariencia personal, como la barba.

Trabajaba incluso los sábados, haciéndome sentir culpable por encontrarme todo el día en casa viendo televisión y llevándome a la boca cualquier cosa que se me antojara. Sabía que necesitábamos su salario con la bebé a punto de llegar al mundo y la hipoteca de la casa sobre nuestros hombros; asimismo era consciente de que con ocho meses de embarazo yo no podía ir a trabajar al hospital, pero seguí sintiéndome inservible y las hormonas se mostraban encantadas de hacerme llorar por ello regularmente. Mi pobre esposo tenía que lidiar con eso también.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora