Capítulo 26

22.3K 2.7K 422
                                    

—Por favor dígame que está bien

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Por favor dígame que está bien.

Antonio se quitó el cubrebocas con un movimiento fluido y clavó sus ojos castaños en mí, allí de pie, abrazándome para intentar protegerme de lo que fuera a salir de sus labios. Insistí:

—Prometió que lo salvaría.

—Traian está vivo —respondió—. Ya lo están trasladando a su nueva habitación.

Solté tal suspiro que todo mi cuerpo se desinfló. Había pasado los minutos más angustiosos de mi vida, sentada en la entrada del hospital mientras esperaba que alguien me avisara qué había pasado. No podía permanecer dentro de las instalaciones sin hacer nada para ayudar, así que me obligué a mover los pies y comenzar a orar. Mi relación con Dios no era la mejor, pues mi madre dejó de insistir en que fuéramos a la iglesia después de que mi padre murió, pero yo había sido criada como una buena católica y en momentos de necesidad no podía evitar recurrir a cualquier persona, o ente, que considerara capaz de ayudar.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí sentada, pero me sentía desconsolada. El sentimiento de angustia no hacía más que aumentar con cada segundo que pasaba, hasta que una enfermera salió en mi búsqueda y me avisó que habían acabado. No le di tiempo de terminar de hablar, solo corrí de vuelta dentro del hospital y casi arrollé al doctor Martínez en mi carrera. Mis manos picaban con la necesidad de abrir la puerta y comprobarlo por mí misma, pero debía ser prudente y no causarme más problemas.

Traian estaba bien. No había muerto. La noticia me afectó más de lo que había esperado. Tuve que apoyar la espalda contra la pared y tomar unos segundos para serenarme. Antonio volvió a hablar cuando yo estaba a punto de cuestionar el momento en el que podría ir a visitarlo.

—Ángela, hay un problema —su voz bajó, volviéndose dolorosa de escuchar.

Mi subconsciente sabía lo que estaba a punto de decir, pues me estremecí inmediatamente y un gran peso se asentó en mi estómago. Mi voz se comenzó a quebrar:

—Por favor, no lo diga.

—Traian está en coma —declaró, volviendo mi temor una realidad—: Es algo de esperarse después de un traumatismo tan grave.

—Lo sé —admití. Tuve que recurrir a demasiada fuerza de voluntad para encontrar mi voz—. Dios... No, Traian... —Me cubrí el rostro con las manos, sintiendo la derrota caer sobre mis hombros. Tenía la impresión de que todo había acabado sin haberme dado la oportunidad de luchar.

La mano de Antonio se posó sobre mi hombro como una manera de transmitirme su apoyo. No quería imaginar cómo debía sentirse él después de darme la noticia de que su sobrino estaba en coma. Aún no podía creer que realmente fueran familia, pero comprendía que debía estar sufriendo un infierno por dentro, como su doctor y como su pariente. Yo apenas había conocido a Traian Serbian durante un lapsus tan corto en el tiempo que pudo borrarse de un plumazo, pero la huella que dejó en mi vida fue tan importante que años después yo había arriesgado mi trabajo soñado con tal de ayudarlo.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora