Capítulo 53

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Desperté

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Desperté. Estaba viva.

Abrí los ojos con facilidad, la habitación se encontraba a oscuras. Pestañeé un par de veces, clavé la mirada en un techo blanco y bien cuidado, demasiado familiar. En mi cabeza, imágenes del pasado aún atormentaban a mi corazón. Volví a soñar con él... y dolía. Llevaba años sin dedicarle un solo pensamiento, pero una de las escenas más hermosas de mi niñez volvió para martirizarme.

Mi padre... Lo extrañaba tanto. El tiempo lo volvió un eco lejano pero los recuerdos atizaban la melancolía. Nunca existiría nadie como él y me alegraba poder mantenerlo vivo en mi memoria, pero había un precio, y el abismo en mi estómago me recordaba que dejé de evocar a papá porque también traería a mi mente a aquel demonio, el único que logró bajar y volver a subir del infierno.

El dolor en mi cabeza explotó. Gemí. Fui traída de vuelta a la realidad y me detuve antes de arrancar la mascarilla de mi rostro. En el área del vientre sentía un dolor punzante que se expandía y rozaba los límites de la agonía. Intenté llevar mi mano a aquella zona pero solo reuní la fuerza suficiente para mover los dedos. Me percaté de la intravenosa en el brazo. Estaba en el hospital. Tomé aliento y moví la cabeza hacia la izquierda para contemplar el estado de mi otra mano.

Traian la sostenía entre las suyas, su enorme cuerpo se encontraba doblado en un ángulo doloroso, de manera que su cabeza reposaba a mi lado sobre la cama y el resto de su cuerpo estaba sentado en una silla de metal. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Dormía con los labios fruncidos y la mandíbula apretada. Lucía pálido y gotas de sudor perlaban su rostro. Las bolsas bajo los ojos contaban toda la verdad; había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudo conciliar el sueño.

Moverme dolía aunque fuera lentamente y apenas un par de centímetros. Parecía que un vacío se alojara en mi vientre, alguna especie de agujero negro que solo lograba producirme aflicción.

Entonces fue cuando recordé por qué me hallaba en el hospital. Sentí la pérdida, el vacío y el dolor. Era lo único que quedaba dentro de mí ahora.

Lloré. Temblé con fuerza y la respiración comenzó a fallarme a causa de las lágrimas. Arranqué la mascarilla. Todo en lo que podía pensar era que había perdido a mi bebé, por mi culpa nunca podría sostenerlo en mis brazos ni llegaría a conocerlo; estaba viva y él muerto, a quien con tanta ilusión esperábamos. Sabía que llenaría nuestras vidas de alegría, uno de los niños más amados del mundo, pero nos lo habían arrebatado. ¿Qué hicimos para merecerlo? No lo entendía, me esforzaba por comprender los motivos de todo lo malo que nos había pasado en la vida y llegaba a la conclusión de que algunas personas parecían destinadas a perseguir sus sueños eternamente, pero siempre sintiéndose vulnerables y temiendo lo que aparecerá en la siguiente esquina, nunca en plena paz.

Sentí a Traian moverse pero permanecí mirando el techo, imaginando que aquel niño o niña nos observaba desde el cielo. Yo era su mamá y ni siquiera pude conocerlo, besar su frente o arroparlo por las noches; decirle que lo amaba con toda el alma desde el momento en el que supe que estaba dentro de mí, y que lo llevaría conmigo siempre porque en mi corazón no estaría muerto. Sería el ángel que protegería a Perssia desde el cielo.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora