Capítulo 29

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Primera noche en cautiverio

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Primera noche en cautiverio

Despertarme nunca fue tan difícil.

Mi cuerpo parecía pesar más de lo normal. Utilizaba toda mi fuerza de voluntad para forzar mis extremidades a alzarse en un esfuerzo vano. Mientras luchaba contra las sombras que me mantuvieron presa del sueño durante tanto tiempo, mi mente iba y venía con palabras y recuerdos borrosos. Eran retazos que intentaba atrapar con las garras de mi cerebro pero que parecían escurrirse entre mis dedos.

Permanecí apenas consciente durante varios minutos. La primera parte de mi cerebro en despertar de su letargo fue la que controlaba mis sentidos auditivos; podía escuchar el croar de las ranas como una sinfonía. Me parecía extraño aunque reconfortante, recordándome esas noches cuando mi padre y yo acampábamos en un bosque a las afueras de la ciudad. Era uno de mis recuerdos más preciados; respirábamos el aroma de los pinos que parecía rejuvenecer los pulmones. Los grillos cantaban sus alabanzas a la luna mientras yo observaba tal majestuosidad. Nunca, como en ese momento, me pareció mi vida más brillante.

Entonces me encontré un poco más cerca de la realidad, sintiendo una superficie dura y lisa bajo mi espalda. Aún era incapaz de moverme del todo, pero comencé a tamborilear los dedos. Las ranas parecían cantar con más fuerza a cada segundo mientras me esforzaba por abrir los ojos. El sabor de mi boca era pegajoso y amargo. Mi garganta estaba tan seca que dolía cada vez que realizaba una respiración.

Segundos después, mi mente se abrió como un baúl que empujó contra mi cerebro cada recuerdo. De ellos obtuve la adrenalina necesaria para abrir los ojos y sentarme de súbito, gritando:

—¡No!

Jadeaba, mirando a mi alrededor. Lo último que recordaba era un trozo de tela contra mi nariz y mi vista cada vez más borrosa hasta desmayarme. Habría creído que solo fue otra horrible pesadilla, pero al aclararse mi visión fui expuesta a una realidad atroz; estaba rodeada por cuatro paredes grises, una puerta oxidada marrón y una única bombilla blanca pendiendo del techo que se balanceaba sin prisa.

El lugar no podía ser más grande que la sala de mi departamento y apestaba a humedad y madre selva. Intenté encontrar cualquier detalle destacable, pero las paredes estaban completamente lisas sin ningún cuadro u objeto sobre ellas. La puerta se encontraba frente a mí, se debían subir tres enormes escalones de cemento para alcanzarla, pues no se encontraba a nivel del suelo sino un poco más elevada. La fuente de luz parecía titilar por momentos, las ranas seguían croando y el aroma a bosque era tan fuerte como abrumador. 

Analicé mi entorno con sumo detalle pero una solo cosa fue la que más me horrorizó: me encontraba esposada a una cama.

El pánico se hizo cargo de mi cuerpo e intenté tirar de las esposas con toda mi fuerza, lo cual fue vano pues solo emitieron un pequeño tintineo que no olvidaría por el tiempo que me quedara en el planeta.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora