Capítulo 30

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Solo habrían pasado unas cuatro horas cuando desperté

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Solo habrían pasado unas cuatro horas cuando desperté. No sabía si era de día o de noche, ninguna luz se colaba debajo de la puerta. El sueño me había golpeado con fuerza pues me encontraba tan agotada tanto física como emocionalmente que me desmayé en una posición increíblemente incómoda, gracias a la cual mis brazos y piernas dolían al estirarlos para sentarme en la cama.

La temperatura era muy fresca, no sé cómo no me congelé durante la noche. No había comido nada y solo había lanzado al suelo en un ataque de furia aquella bandeja que Sebastián me había dejado. Su intento de amabilidad incrementaba mi furia. ¿Cómo podía secuestrarme y verlo como algo normal? Sabía que estaba dañado emocionalmente desde pequeño pero, ¿tenía problemas psicológicos? Era evidente que sí. Eso solo produjo un horrible escalofrío en mi cuerpo. Yo estaba a su merced.

Tuve que aferrarme a mi cordura y buscar la fuerza en mi interior cuando la puerta frente a mí comenzó a abrirse. Tenía claro que ya no conocía bien a la persona que me mantenía cautiva. Nunca lo creí capaz de hacerme daño, pero lo hizo repetidas veces antes, ¿quién me aseguraba de qué era capaz ahora? El tiempo lejos lo había cambiado, destruyendo su amor propio e intentando buscar consuelo en el que juraba profesarme.

No le creía nada. Lo miré con cautela cuando descendió el trío de escalones y se detuvo para contemplarnos mutuamente. Sostenía otra bandeja floreada a la altura del pecho, vestía una camisa verde de cuadros arremangada hasta los codos, vaqueros desteñidos y el cabello mojado. Escuché la puerta cerrarse con un estruendo detrás de él y me sacudí con malestar. Ese sonido quedaría grabado a fuego en mi memoria.

—Creí que aún dormías.

No le dirigí una palabra, lo contemplé en silencio, intentado comprender cómo el niño que me había cedido su asiento en un autobús ahora poseía los ojos más tristes y desesperados de afecto que había vislumbrado en mi vida.

—¿No piensas responder? —Apenas pestañeé en respuesta, lo que pareció irritarlo, tensando las manos mientras sostenía la bandeja—. Has tirado la comida y las mantas al suelo. ¿Qué demonios tienes en la cabeza?

—¿Qué demonios tienes en la cabeza tú? Me querías, me odiabas, juraste amarme y ahora me haces daño. ¿Qué clase de persona hace eso?

—Una verdaderamente enamorada.

—Valerie ya habrá llamado a la policía, deben estar buscándome. —Me puse de rodillas sobre la cama, temblando ante el tintineo de las cadenas—. Esto no está bien. ¿Qué es lo que quieres? —Intentaba con desesperación apelar a su lado racional—. Hablemos, solucionemos esto, luego déjame marchar. Evítate más problemas... ¡Por favor!

Sebastián comenzó a acercarse con pasos cortos. No podía dejar de pensar en lo diferente y, a la vez, tan dolorosamente familiar que me resultaba su rostro. Era como si lo hubieran destrozado pero vuelto a construir con las mismas piezas, aunque restando algunas importantes: le faltaba animosidad, cordura y sensibilidad. Aparentaba ser un cascarón vacío de su recuerdo de niño.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora