Capítulo 39

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Valerie y Camila me recibieron en cuanto abrí la puerta, de pie con las mandíbulas completamente desencajadas

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Valerie y Camila me recibieron en cuanto abrí la puerta, de pie con las mandíbulas completamente desencajadas. El bochorno que sentí se extendió por cada centímetro de mi piel pálida y la calentó. Cam lucía impresionada, como si solo necesitara el más delicado soplo de viento para caer de espalda; mi mejor amiga estaba a punto de ponerse a saltar y gritar por todo el departamento, le era imposible reducir la sonrisa que estiraba sus labios.

—Oh Dios —susurré, tan avergonzada que no supe cómo fui capaz de permanecer en pie.

—¿Por qué susurras, nena? —bufó Val, tan emocionada que sus ojos pardos brillaban como un niño en Navidad—. Si hace un segundo estuviste gimiéndolo.

—¡Valerie! —grité mientras Camila soltaba un quejido lastimero.

—No, cariño. «¡Traian! ¡Mmm, Traian!» —me imitó, agudizando su voz y despertando a los vecinos del piso de abajo—. Así fue como sonaste.

—¡Deja de comportarte como una niña!

—«Dios, Ángela. Joder...» —hizo una horrible imitación de la voz de Traian, para nada masculina—. «Se siente tan bien».  

Me cubrí el rostro con las manos mientras Camila lloriqueaba y empujaba a Valerie para que se callara. Ambas nos sentíamos terriblemente incómodas mientras mi mejor amiga lucía llena de euforia, como si su sueño de la infancia se hubiera vuelto una realidad. La creía capaz de bajar corriendo y alcanzar a Traian para darle una palmada en la espalda y felicitarlo. Solté un quejido, percatándome de que aquello no sería olvidado fácilmente.

—¡Deja de hacerte la santa, tú, mojigata! —Me apartó las manos del rostro y las sostuvo con fuerza entre la suyas. Tenía las pupilas tan dilatadas que asustaba—. No puedo creer que acabes de montártelo con el hombre más atractivo del país. ¡Quien también es un exconvicto!

—No puedo creer lo que escuché. —Camila seguía cubriéndose las orejas y cerraba los ojos como si deseara borrar el recuerdo. Yo también rogaba al cielo que lo olvidara.

—No seas hipócrita —Val rodó los ojos—, cuando Ángela no está gimes como cantante de ópera.

—¡Basta! —Solté sus manos y caminé hacia la cocina, sintiéndome aliviada cuando la encontré vacía—. ¿Dónde está mamá? ¡Podría haberlas escuchado!

—Tienes tanta suerte. Cuando sonó el timbre tu madre fue a la habitación para hablar por teléfono. Y créeme, nena, que si no te escuchó a ti no nos escuchará a nosotras... Ni a un ataque nuclear, dicho sea de paso.

Había alcanzado un nuevo nivel de vergüenza. Me sentía tan mortificada que tendrían que enterrarme con mi mano sosteniendo mi corazón.

—¿Tan alto yo...?

—¿Gemiste? Sí. ¿Rogaste? Sí. ¿Suplicaste? Sí.

—¡No es cierto!

—Traumaste a Camila —rió Valerie, exultante de felicidad—. Te felicito. No creo que vuelva a ser la misma.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora