Capítulo 24

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Justo cuando salí del ascensor observé a los paramédicos corriendo por el pasillo frente a mí

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Justo cuando salí del ascensor observé a los paramédicos corriendo por el pasillo frente a mí. Las sirenas de las ambulancias sembraban el caos y la incertidumbre entre los miembros del personal, quienes por más años de experiencia que tuvieran nunca dejarían de sentir adrenalina al escuchar el aviso de heridos en camino. Era todo tan estresante que las personas apenas hablaban entre sí, solo se dictaban órdenes con voz determinada.

Aspiré el aroma a desinfectante y el hierro de la sangre que cada vez se volvían más familiares. Abandoné el ascensor y decidí comenzar a trabajar, pues de lejos escuchaba la sirena de otra ambulancia aproximándose y toda la ayuda que pudiera brindarse era muy necesaria. Caminé a paso rápido y crucé la esquina hasta toparme con la espalda del doctor Martínez, el cual vestía su uniforme verde que lo identificaba como uno de los cirujanos y caminaba con mi misma velocidad hacia la sala de espera.

Corrí hasta ponerme a su lado. Me miró por el rabillo del ojo, hablando a través de su barbijo blanco. Tampoco se había molestado en quitarse la redecilla que le cubría la cabeza y parecía muy enfocado en llegar a su destino.

—Buenas noches, Ángela. ¿Cómo ha transcurrido tu jornada?

Cuando lo conocí su formalidad me pareció apropiada y lo respetaba muchísimo, pues todos hablaban de su exitosa trayectoria como médico y contaban breves historias sobre vidas que había salvado, dejándome fascinada. Entonces, me pidió que le ayudara en urgencias por primera vez, y más que encantada acepté. Si la doctora Fernández estaba de acuerdo, ¿por qué yo no? Y la experiencia fue agotadora, aunque gratificante. El problema comenzó cuando él siguió insistiendo en que lo acompañara. No le importaba lo que yo estuviera haciendo, si estaba o no de acuerdo, porque buscaba la forma de ponerme en una posición donde no tuviera más opción que aceptar.

Rafael Antonio Martínez tenía cuarenta y cinco años, era médico-cirujano y acostumbraba manipular a las mujeres sin que estas se percatasen. Utilizaba su sonrisa fácil y encanto para obtener lo que quisiera, sin importarle cómo esto pudiera repercutir en los demás. Él no era, ni de cerca, mi tipo de hombre, pero su cabello castaño estilo bohemio era lo que derretía a las madres solteras del hospital. Yo no le encontraba nada de especial, me parecía un hombre que en sus tiempos tuvo que ser atractivo pero ahora era normal. Tenía la piel clara, los ojos castaños con un rostro alargado y la boca con más labia de toda la región.

—Doctor Martínez, ¿para qué me quiere aquí? —le contesté con irritación apenas contenida. El resto de mis compañeros de carrera nunca soñarían con que les permitieran desempeñar este tipo de trabajo.

Creí que se dirigía a la sala de espera pero me equivoqué. Empujó con fuerza las puertas dobles y las atravesamos sin detenernos. Ahora la sirena de la ambulancia traspasaba las paredes y atacaba mis oídos. Estábamos cerca de la zona de caos y él parecía decidido a sumergirse en el desastre.

—Esta noche estamos cortos de personal —señaló— y ha habido una balacera. Los heridos no paran de llegar.

La gravedad de la situación me envolvió de inmediato y me despojó de cualquier reclamo sobre abuso que pensara hacerle. Ahora entendía por qué todos parecían tan exaltados, sudando a mares. Era una noche ardiente de mediados de septiembre que se convertiría en el inicio de mi pesadilla; lo noté en el momento en que los vellos de mi nuca se erizaron y el corazón se expandió contra mi pecho.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora