Capítulo 27

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Cerré la puerta y me apoyé en ella para recuperar el aliento

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Cerré la puerta y me apoyé en ella para recuperar el aliento. Mi rostro debía expresar todo el malestar que sentía pues Val, atrincherada en el sillón con un bol de palomitas de maíz mientras veía una película, apagó el televisor y clavó en mí sus enormes ojos marrones llenos de preocupación.

—¿Mal día en el hospital?

La miré allí sentada, con unos pantalones sueltos y una camiseta vieja. Era una de mis conexiones al pasado pero al mismo tiempo me anclaba en el presente cada vez que yo amenazaba con volver a hundirme. Sabía que podría contarle todo lo que había ocurrido esa noche, llorar en sus brazos... y ella me consolaría sin dudarlo, pero no encontraba las palabras para comenzar a explicarme. Todo era demasiado abrumador, seguía sin poder asumirlo completamente. No me extrañaría que pensara que estaba sufriendo desvaríos a causa del cansancio, o que corriera a las habitaciones, armara nuestras maletas y me arrastrara hasta el otro extremo del país. Era así de protectora y no dudaba que considerara el regreso de Traian como una amenaza para mi cordura. ¿Debía contárselo?

—Angie —insistió, frunciendo el entrecejo—, me estás preocupando. ¿Por qué tienes esa cara? Y son casi las ocho de la noche. ¿Ocurrió algo?

Maldecía mi expresión al ser tan transparente. Podía leerme con facilidad y se daría cuenta si estaba mintiendo, pero realmente no quería hablar del tema, aunque sabía que debía sacarlo a colación en algún momento. 

Al alejarme del doctor Martínez corrí hacia los vestidores, me quité el uniforme y conduje a con mis manos temblando. Sentía que había perdido el control físico y mental. Al llegar a casa no me había tranquilizado del todo y presentía que volver a revivir lo acontecido me haría caer en la espiral de desesperación que tanto había estado tratando de evitar, así que me prometí a mí misma que se lo ocultaría todo a Val hasta que lograra recomponerme y aclarar mis pensamientos.

—Fue un día agotador —repuse, dejando mi bolso en la cocina y buscando una botella de agua.

—¿En serio? ¿El doctor cuarentón te hizo ayudarlo hoy también?

—Sí. —Se me dificultaba girar la tapa con mis manos inestables, pero logré mantener una voz serena—. Ya sabes, cree que puede pasar encima de todo el mundo y no le importa cómo afecten sus decisiones a los demás.

—Recházalo, joder. Dile que puede meterse sus exigencias por el culo.

—¿Dónde está Camila? —cambié de tema bruscamente.

—En la universidad con su grupo de estudio, se están preparando para los finales. —Creyendo en mi actuación, asumió que me encontraba bien y volvió a encender el televisor—. Ven, vamos a ver esta película. Sale Chris Evans y, joder, hasta yo me acostaría con ese hombre.

Dejé la botella de lado y me dirigí a la puerta del departamento. Iba vestida con unos vaqueros negros, una blusa oscura y los zapatos de enfermera, pero no me molesté en buscar una chaqueta o comprobarme en el espejo. Me sentía lívida y sabía que mi expresión debía transmitir mi tormento. Solo necesitaba estar sola para poder desahogarme como me placiera y que nadie me interrumpiera.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora