Capítulo 41

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—Vine a buscarte para que desayunáramos juntos

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—Vine a buscarte para que desayunáramos juntos.

Ignoré sus palabras y volví a besarlo. Traian nos fundió más cerca para profundizar el beso, pero pareció pensarlo mejor y volvió a retroceder. Lo miré con las cejas fruncidas, enfurruñada.

—No me has contestado.

—Cada vez que hablas dejas de besarme. Cállate.

Soltó una carcajada; posé las manos sobre la barba de sus mejillas y seguí besándolo. Por fin dejó las preguntas de lado y se concentró plenamente en mí. Solté un diminuto suspiro con los ojos cerrados, saboreando aquel momento en el que no había desesperación, ni soledad o tristeza... Habían escalofríos impacientes y pestañeos sutiles como mariposas; había dulzura y fuegos artificiales cuya llama ardía con el mismo calor que desbordaba la sangre en mis venas.

—Ángela —siguió hablando a pesar de mis protestas, esquivando mi boca con una sonrisa juguetona que noté al abrir los ojos—, comienzo a pensar que solo soy un objeto sexual para ti.

—Si acepto —suspiré, llenándome de impaciencia—, ¿seguiremos con esto y guardarás silencio?

—Sigo sintiéndome como un pedazo de carne, pero sí.

—Entonces desayunaremos juntos, Vasil. Ahora cállate.

Soltó un gruñido grave, pero su mirada seguía resplandeciendo tanto como la mía.

—No utilices mi primer nombre, amor.

—Traian Serbian suena mejor que Vasil Martínez —concordé.

Suspiró, luego miró sobre mi hombro al sumirse en sus recuerdos y contarme otro detalle de su vida que para él podría ser mundano, pero cada secreto que compartía conmigo acrecentaba más nuestro vínculo.

—Mi padre permitió que mamá eligiera ambos nombres. —Rodó los ojos. Se veía gracioso haciendo aquel gesto, pero no realmente molesto—. Me llamó Vasil como mi abuelo y Traian... solo le gustó el nombre.

—Es bastante original, a decir verdad. —Aproveché el momento y, como si fuera lo más natural, enredé mis dedos en el cabello de su nuca y tiré de él con suavidad. Era liso y sedoso, tanto que por un segundo me cuestioné con qué se lavaría el cabello.

—En Rumania es bastante común.

Detuve mis movimientos y lo miré fijamente. Elevé tanto las cejas que mi rostro lucía una expresión exagerada de sorpresa, pero aquel dato no me lo esperaba. ¿Cómo algo como aquello nunca salió a colación en alguna conversación? Aunque siendo justa conmigo misma, no es como que hubiéramos tenido la oportunidad de sentarnos y hablar realmente. Apenas sabía algunas cosas sobre él y aun así sentía que podría confiarle mi vida.

—¿Eres rumano?

—Ya quisiera. —Soltó una risa suave—. Mi madre lo era. Vino a América y aquí conoció a mi padre, por lo que decidió nunca regresar. No soy europeo, pequeña.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora