Anexo, Capítulo 25

20.2K 2.8K 806
                                    

Me encontraba sentado en el auto, vigilando la entrada del Hospital Estatal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me encontraba sentado en el auto, vigilando la entrada del Hospital Estatal. Llevaba una hora y media allí, acechando en silencio desde el otro lado de la calle. Coches, autobuses y motocicletas pasaban rugiendo a mi lado, y por momentos perdía la visibilidad que me regalaba mi privilegiada posición, lo que me enfurecía. Tenía que estar atento a cualquier persona que entrara o saliera por esa puerta pues podía ser ella. Ángela podría salir durante apenas un segundo y yo me perdería ese vistazo por culpa de algún camión transitando. La sola idea me hacía presionar mis puños y rechinar los dientes.

Otra media hora había pasado. Mi estómago comenzó a revolverse y gruñir. Recordé que lo último que había comido ese día fue un cereal y un café fuerte en el desayuno. Eran pasadas las seis de la noche, la farola junto a mi auto iluminaba tenuemente el parque frente al hospital. Por un momento consideré apearme del coche, cruzar la calle y comprar algo para comer, pero temía que si lo hacía ella saldría y yo no estaría allí para verla. Estuve todo el día en la universidad con ese ligero desayuno dándome fuerza, pues no tuve la oportunidad de almorzar, y me obligué a resistir un poco más.

Solo permanecería una hora más. Ángela terminaba su práctica antes del anochecer, así que no entendía qué la hacía tardar tanto. Su rutina la había memorizado con facilidad, pues desde hacía tres semanas la veía entrar de madrugada por esas puertas y salir hasta que estuviera cercana la noche. Entonces ella se montaría en el Mini Cooper rojo del estacionamiento y conduciría hasta su departamento conmigo siguiendo cada uno de sus movimientos.

¿Alguien la estaría distrayendo? Mi pulso se aceleró ante la idea. No la había visto con ningún hombre desde hacía nueve meses, cuando había comenzado a seguirla, pero eso se debía a que yo me encontraba en la universidad todos los días de ocho de la mañana hasta las tres y treinta de la tarde, y solo podía vigilarla si me apresuraba a conducir hasta el hospital y esperaba hasta que ella saliera. No tenía el tiempo ni la autorización para introducirme en su universidad, por más que lo deseara. Tenía el presentimiento de que era ese lugar la fuente de mis pesadillas, donde ya había encontrado al amor de su vida y andarían tranquilamente de la mano. Mi interior rugía por mi necesidad de averiguar qué era lo que realmente pasaba dentro de ese campus, pero era imposible. Debía conformarme con los breves vistazos que pudiera obtener.

Entonces la vi salir, pero inmediatamente me percaté de que ese no era un día normal. No salió por las puertas delanteras, sino que avanzó desde la zona de urgencias, a un costado del edificio. Caminaba con los hombros caídos y la cabeza gacha, no llevaba su bolso con ella. Me enderecé en el asiento, tomé mis gafas oscuras de la guantera y me aseguré de cubrirme la cabeza con la capucha de mi sudadera para que, si se le ocurría mirar en mi dirección, no me reconociera.

Pero mi temor estaba infundado ese día, pues Ángela se detuvo frente a los escalones de la entrada y tomó asiento. Se inclinó hacia delante, apoyando la cabeza sobre sus rodillas, luciendo desconsolada. ¿Qué estaba mal? Me tensé desde mi posición. Quería saltar de mi coche y acercarme a abrazarla, preguntarle qué estaba ocurriendo y solucionarlo por ella.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora