Capítulo 52

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Mi aroma favorito era el de un día soleado en el jardín mezclado con las galletas de chocolate que mamá horneaba en la cocina

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Mi aroma favorito era el de un día soleado en el jardín mezclado con las galletas de chocolate que mamá horneaba en la cocina. Lo recuerdo perfectamente, hace tanto tiempo atrás; mamá sin rastro de canas en su melena dorada, nuestra casa menos oxidada por los embates del tiempo y el césped recién cortado, con las flores en su punto de éxtasis. Era maravilloso, los colores de mi memoria tan vívidos que me robaron un latido. Aquel recuerdo fue encapsulado en mi memoria durante la adolescencia y desconocía el motivo por el cual salió a flote entonces.

—¡Vamos, hijo, pase largo!

—¡Estoy listo! ¡Láncelo!

Papá extendió el brazo hacia atrás para obtener impulso. Desde mi posición a su lado pude observar con claridad los cortes en sus manos, algunos recientes y muchos otros ya cicatrizados; me dolía el solo mirarlos, pero él decía que mis besos eran mágicos y con solo uno de ellos ya estaba sanado. Le creía en ese entonces; yo apenas tenía nueve años.

La pelota voló en el aire durante eternos segundos. Sebastián la siguió con los ojos mientras movía los pies tentativamente; luego tomó su decisión y se lanzó hacia la izquierda, atrapándola mientras caía con un duro golpe al suelo. Disfrutaba de ensuciarse tanto como yo, no temía a las raspaduras ni a la sangre, decía que el dolor solo le molestaba un rato pero acababa por acostumbrarse. Lo miré hipnotizada, sin saber lo que se construía en mi interior, pensando en cuán genial fue poder conseguir un amigo como él. Esperaba que nuestra amistad perdurara.

—¡Eso es, Sebas! —gritó papá, con ese vozarrón que hacía temblar la tierra—. ¡Tienes talento!

Mi mejor amigo se reincorporó sin soltar la pelota. Tenía la sensación de que nada podría arrancarla de sus manos a partir de ahora. Miraba a mi papá hacia arriba, con unos ojos tan brillantes que competían con la luz del sol ese día.

—¿De verdad? —gritó de regreso—. ¿Lo hice bien, señor?

—Por supuesto, hijo. Te veo potencial en esto, algún día podrías convertirte en un gran jugador.

—No le mientras, papá —bromeé, cruzándome de brazos—. Atrapa como una niña.

—¡Tú eres una niña!

—¡Pues sí lo soy, tonto!

—Entonces... Entonces... —Pisoteó, frunciendo las cejas oscuras y mirándome irritado desde la lejanía—. ¡Eres un insecto!

—¿Qué clase de insecto? —pregunté, intrigada—. ¿Una mariposa?

—¡Sí, una mariposa!

Me encogí de hombros. Luego esbocé una sonrisa tímida, la cual lograría comprender hasta mucho tiempo después. Mis sentimientos eran demasiado prematuros como para ser expuestos en su totalidad.

—Las mariposas son lindas —reí—. Acabas de decir que soy bonita.

Lo vi desinflarse como un globo, dejando caer la pelota y manteniendo los brazos laxos a los costados. Pareció sumirse en alguna especie de bruma por un instante; seguidamente, sus mejillas se sonrojaron tanto que me percaté de ello a pesar del tono tostado de su piel y la distancia que nos separaba. Iba a burlarme durante mucho tiempo. ¡Se había puesto rojo como una manzana fresca!

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora