23 - Me parece que vamos a tener que irnos con eso en nuestro poder

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La instalación era bajo tierra. Claro que tenía que serlo, a los de Lab-TECH les encantaba eso: celdas subterráneas, laboratorios subterráneos y, ahora, instalaciones subterráneas.

-Repasemos el plan -dijo Brian por tercera vez en un minuto.

-Que no hay plan! -se quejó Atenea por tercera vez en el mismo minuto.

Era cierto. Brian sólo pedía repasarlo para seguir molestando a la pelirroja.

No sabíamos cómo era la instalación por dentro. No sabíamos por qué motivo estaban acá los mutontti: protegiendo algo, seguramente. No sabíamos qué hacer nosotros, y lo único que habíamos traído habían sido sólo 50 pastillas para mutos. Dudaba que funcionaran con los mutontti, pero era nuestra mejor opción. En resumen, no sabíamos nada. Al menos habíamos venido. Y traído máscaras. Estas eran instalaciones del gobierno, no de Lab-TECH. El gobierno no sabía quiénes éramos.

-Quedarnos acá mas tiempo no va a ayudar de nada -dijo Elias-. Entremos de una vez.

-Apurémonos -dijo Brian-. Para mi madre me fui a comprar azúcar.

Salimos de detrás de una piedra que no nos tapaba y nos acercamos a la entrada al edificio.

La entrada parecía una casa normal. Brian tocó la puerta.

-Eres idiota? -le dijo Atenea-. Acabas de anunciar que estamos aquí!

-Ya lo saben -se defendió el rubio, señalando una cámara.

Nadie salió a abrirnos la puerta ni preguntó quién era.

-No nos abren -remarcó Nicole luego de un minuto de espera-. Denme las manos.

-Esto de nuevo no...

Nadie le respondió. Atravesamos -literalmente- la puerta y entramos a una habitación como cualquier recibidor. Tenía una silla en un costado, un perchero, un paragüero y dos puertas: una abierta y otra cerrada.

Entramos por la abierta a un living. Los sillones eran de cuero de la mejor calidad. La mesa ratona de madera entre ellos parecía recién pulida, al igual que la que sostenía la tele. También había un mueble para guardar copas de estilo colonial.

Atravesamos otra puerta a una habitación. Era casi igual a la que había en la mansión donde nos encerraron por primera vez: simple y aburrida.

Volvimos al living y atravesamos otra. Esta vez la habitación era igual a la del canoso en la mansión, con un escritorio y etcétera.

-Qué lindo recuerdos -dijo Elias.

No supe si fue sarcasmo o verdad. Podía estar recordando su encierro, pero también su escape.

Volvimos al hall de entrada y atravesamos la puerta de la que descubrimos era la cocina. Era la primera habitación en la que había alguien: un muto o un mutontti sin medicación. Era como una pelota color gris, con ojos y boca. La cocina era grande, los suficiente para una pelea en condiciones.

El muto, de repente, comenzó a flotar y a brillar. Me olía a que iba a hacer un ataque.

Formé un escudo con luz. Atenea y Lisbeth hicieron lo mismo pero con sangre creada de la nada. Dejé de persentir a Nicole, lo que confirmaba mi teoría y también que se había vuelto intangible. Elias se transformó en elefante. Artemisa recitó un pasaje de un mito griego que pude reconocer: cuando la diosa Atenea le entregaba un escudo a Perseo para luchar contra Medusa. Atenea la pelirroja, entonces, le pudo formar un escudo en sus manos y Artemisa pasó a ser más alta y musculosa.

Uno se preguntaría por qué Artemisa tuvo que usar su poder para usar el escudo de Atenea. La explicación era simple. Si alguien formaba algo con sus poderes, ya sea con luz o sangre, y se lo entregaba a otra persona, se desvanecía. Entonces, de esa manera -recitando un pasaje de una historia-, habíamos descubierto que a la del pelo color aguamarina las cosas no se le desvanecían.

Toda esa preparación sucedió en dos segundos. Al tercero, del muto salieron oleadas visibles de energía, que ni la gravedad de Brian ni la fuerza de elefante de Elias, ni la intangibilidad de Nicole pudieron retener, y fueron empujados y golpeados contra la pared a nuestras espaldas. Los escudos, en cambio, resistieron el gran golpe energético, aunque nos empujó más o menos un metro para atrás.

Los que no habíamos salido volando avanzamos. Por culpa de la historia Artemisa avanzaba dada vuelta, usando el escudo rojo de espejo para poder ver.

-Me vendría bien una hoz -dijo ella-. Athan, que parezca de oro.

Murmuró otro pasaje de la misma historia: el dios Hermes le entregaba a Perseo una hoz dorada para cortarle la cabeza al monstruo. Le pude formar una con luz del mismo color.

-Mejor -dijo entonces-. Gracias.

-De nada.

-A mi no me agradeciste -se quejó Atenea.

-Gracias.

-Humph -se enfurruñó la pelirroja.

El muto eligió ese momento para detener nuestro avance, que por algún motivo (el mío era que tenía miedo de otro ataque sorpresa) era lento. Lanzó otra oleada de energía que nos hizo retroceder de vuelta. Formé una lanza -el proyectil más dañino capaz de lanzarse con una mano- y la lancé con mi mano izquierda. Ya que era ambidextro, tenía buena puntería con las dos manos y di en el blanco. Entonces Artemisa se acercó y lo golpeó con mi hoz, que generó una explosión que lanzó volando al muto contra la pared.

Nos acercamos a darle una pastilla pero, como yo esperaba, no funcionó. Entonces lo atamos con su propia sangre, la atadura más difícil de romper del mundo. Elias, Nicole y Brian, mientras tanto, se paraban y venían con nosotros.

-Bien hecho -nos elogió Nicole.

-Qué fue esa cosa? -preguntó Brian-. La gravedad no le afectaba.

-Ni la intangibilidad -aportó Nicole.

-Ni idea -dijo Lisbeth.

Abrimos la única puerta que había en la cocina -aparte de por la que habíamos entrado- y bajamos unas escaleras que me recordaban a las del laboratorio (que luego de nuestro encuentro con los mutos -olvidé mencionarlo- había desaparecido bajo pilas de escombros salidas de la nada).

Al abrir la puerta que había abajo nos encontramos con un chico que pude reconocer: era Frank, el otro chico secuestrado de mi escuela. Se encontraba en una habitación completamente gris y de metal, al igual que la puerta por la que habíamos entrado.

-Lo siento, Athan -dijo Frank-. No quiero sufrir ese dolor de nuevo. Me dijeron que te diga una cosa y que haga otra. Primero, que si te gustó la bienvenida de tu novia.

-Hijo de... -comenzó Brian.

-Y segundo: -siguió- no se muevan, o me como este pedazo de pan.

Antes no describí a Frank. Bien, era hijo de dos japoneses. Era bajito. Y el problema: era celíaco. Y se iba a comer un pan.

-Sabes cómo se adaptó el suero a mi cuerpo? -me dijo-. O sería mi cuerpo al suero? La cuestión es que cuando como gluten, en vez de que mi sistema inmune me ataque, genero una explosión que no me lastima -explicó-. No se muevan y dejen que los atrapemos. De cualquier manera no iban a llegar a robar la hoscrotuia.

-Que carajos es eso? -preguntó Atenea.

-Me parece -dije yo- que vamos a tener que irnos con eso en nuestro poder.

-John aseguró que dirías eso -Frank sonrió falsamente-. Espero que sobrevivan. En serio.

Se comió el pan. Con la poca luz que había hice un muro. Atenea y Lisbeth hicieron lo mismo. Artemisa lo reforzó mencionando las murallas de Troya, imposibles de penetrar.

La explosión del celíaco hizo pedazos nuestro muro y la onde expansiva nos lanzó contra la pared. Al menos seguíamos consientes. Frank seguía parado enfrente de la puerta.

-Meh -dijo-. Me quedé sin pan. Suerte.

Se movió y nos dejó pasar. Brian, sólo de enojado, le pateó un pie. Abrimos otra puerta gris y pasamos al otro lado. Allí estaba No-Peter, parado en medio de otra habitación de metal y repleta de herramientas y cubiertos esparcidos por el piso.

-Hacía mucho que no nos veíamos -dijo frotándose las manos-. Esta será la revancha.

Dark LightWhere stories live. Discover now