28 - Comienza la acción

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-¿Desde cuándo está esto aquí? -preguntó Lisbeth sorprendida-. ¿Cómo es que nadie se dió cuenta?

Estábamos observando el cuartel general de Lab-TECH con nuestros propios ojos: un cubo de metal que flotaba en el aire. Era una construcción imponente. No tenía ni idea de cómo la habían ocultado tanto tiempo ni de cómo hacían los aviones para esquivarla.

-Eso sí, nunca se me hubiera ocurrido buscar acá -dijo Melisa, que nos acompañaba para nuestro asalto final.

Lo cierto era que a mi tampoco. El cuadrado flotante no estaba en Londres. Tampoco estaba en Inglaterra. Ni en el Reino Unido. Estaba nada más y nada menos que en Suiza, encima de los Alpes. ¿A quién sí se le hubiera ocurrido buscar allí?

-Nos queda subir -indicó Elias-. No creo que podamos entrar volando. Deben tener protección contra eso. Y contra la luz, probablemente.

-No hará falta ninguna de esas cosas -dijo Nicole-. Ya sabemos cómo subir.

Me sorprendí de sobremanera cuando Melisa empezó a subir escaleras inexistentes.

-Cómo...? -comenzó Brian.

-Son escaleras de aire sólido -interrumpió Melisa-. Suban sin miedo. Tienen baranda.

Sin preguntarme cómo ese aire sólido no estaba caliente, subí con cuidado los escalones invisibles. Mis amigos y compañeros me siguieron de cerca.

Aproveché el tiempo que nos tomaba subir para observar mejor el cubo, pero no pude sacarle mucho.

Como lo más probable era que ya nos hubieran visto, me puse en guardia, e insté a mis compañeros a hacer lo mismo. Claro estaba, la prioridad era proteger a Melisa, ya que de lo contrario todos caeríamos. Y, como esperaba, empezaron los disparos.

Desvié todos los que pude con luz: movía mis manos a la velocidad de la misma y formaba paredes flotantes contra las que las balas golpeaban. Lisbeth y Atenea hicieron lo mismo que yo, pero con sangre. Algunas balas se frenaban en el aire y luego subían un poco, probablemente obre de Brian. Elias, Artemisa, y Frank, el celíaco, se agarraban de Nicole, que los hacía intangibles frente a los proyectiles asesinos.

Estuvimos así unos cinco minutos. El cubo flotante estaba realmente alto. Cuando ya estábamos cerca, a unos cincuenta metros, los ataques cesaron. No pude ver quiénes eran los que disparaban, pero seguro que se retiraron cuando vieron la distancia a la que estábamos.

En cuanto llegamos a la altura de la construcción, lo único que se veía era metal. A Melisa no le importó mucho: comenzó a derretir la pared. Yo la ayudé con un poco de oscuridad, con la que ya tenía mas experiencia. Elias, que se sentía medio inútil, dijo que si las cosas se hacían, se hacían bien, y luego se convirtió en guanaco y comenzó a escupirle a la pared.

Media hora después logramos abrir un agujero decente, lo suficiente como para que pase una persona. Brian giró la gravedad y nos paramos en la pared del cubo. El hueco que habíamos abierto en la pared parecía ahora un hueco en el suelo.

-Frank primero -indicó Atenea.

Frank se levantó los pantalones, se frotó las manos para darse calor (no lo culpo: los Alpes no eran lo que se dice calentitos, y menos a la altura en la que estábamos) y se acercó al agujero.

-Deséenme suerte -pidió, y se lanzó hacia abajo (que en realidad era el costado).

Escuché cómo caía sobre alguien y estoy casi seguro que justo después se comió un pan. El sonido de la explosión fue bastante fuerte.

-Ya pueden pasar! -gritó el japonés desde nuestro abajo.

Nos lanzamos los demás por el agujero. En el aire, Brian puso la gravedad del derecho y hubo que mantener el equilibrio para caer parado. Una vez todos en metal volador firme, analizamos mejor el área. Estábamos en una habitación pequeña y cuadrada, con varias computadoras dentro. Había alrededor de diez personas en el piso noqueadas, o al menos eso esperaba. Había dos puertas, una hacia el norte, y otra hacia el este. Avanzamos por la del este y entramos a un largo pasillo, que se extendía para ambos lados con una longitud considerable.

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