33 - Seis por continente

53 7 0
                                    

Luego de dejar el dinero en la mesa, seguimos a Iedos el zombie y volvimos al faro. Subimos las escaleras mucho más alto de lo que era la estructura, sintiendo justo en medio de la subida la corriente de aire que habíamos sentido al bajar. Y luego de unos quince minutos llegamos hasta una puerta de madera. Iedos abrió la puerta y salimos a un lugar con un gran ventanal.

La vusta era hermosa. Nos encontrábamos a una gran altura, y podíamos ver muchas montañas nevadas en los picos, con una muy larga extensión. Se veía también una larga línea gris entre las montañas, que supuse era una ruta.

-Bienvenidos al Aconcagua -nos dijo Iedos.

-El Aconcagua... -Nicole se puso a pensar dónde había oído el nombre. ¿La montaña? -adivinó.

-La misma -el zombie asintió con la cabeza-. Para mí, la mejor vista de las 40 escuelas terciarias, aunque muchos no están de acuerdo conmigo.

-¿30? -preguntó Brian

-En todo el mundo -Iedos movió la cabeza de arriba para abajo-. Seis escuelas por continente, aunque las de Oceanía son muy chicas.

-¿Seis por continente?¿No son muy pocas?

-Los países comparten las escuelas -explicó el zombie-. Esta es de Argentina, Chile y Uruguay. En América están también la de Brasil, en el Amazonas; la de Canadá, debajo de un lago; la de Estados Unidos, en un gran edificio en Washington; la de México y América Central, en Jamaica; y la que incluye el resto de los países de este continente, en el Machu Pichu.

Nos paramos frente al ventanal. Sin duda la vista era muy hermosa.

-Pero bueno -dijo Iedos luego de uno o dos minutos-. Les mostraré la escuela. Vengan conmigo.

Comenzó a caminar bordeando el ventanal. El resto del amplio pasillo estaba decorado en un estilo antiguo, imitando los castillos de la edad media, aunque tenía cosas modernas que se mezclaban bien con la decoración: luces led escondidas tras estandartes con extraños símbolos, pantallas y botones que parecían mimetizarse con los patrones de colores de la pared, y otras cosas por el estilo. Cada tanto pasábamos caminando al lado de varias puertas de madera como por la que habíamos salido, cada una con un cartel de bronze encima que indicaba una ciudad: Punta del Este, Valparaíso, Mendoza, y otras varias. Supuse que eran pasadizos como por el que habíamos entrado a la construcción excavada en la montaña.

Luego de no mucho caminar llegamos a una gran puerta, que también podía ser llamada portón. Era muy elaborado: la madera tenía calados diseños en ella de muchas símbolos y escenas que no pude reconocer.

-Resquisito acceso a la Escuela Terciaria de Razas del Sur -dijo Iedos seriamente y sin vacilar-. Mi nombre es Iedos Amaratakos y me acompañan cuatro personas aceptadas por su personalidad.

-Acceso concedido -respondió una voz grave que resonó por todo el lugar.

-¿Esa fue...? -empecé a preguntar.

-Sí -afirmó Iedos sin escuchar el final de la pregunta-. La escuela.

Me estremecí. No creía poder soportar un año escolar con alguien observándome hasta dormido. Ni siquiera si ese alguien era un edificio. Había pocas personas en las que yo confiaría lo suficiente como para estar tranquilo si me observaban todo el día.

-¿Cuántos años dura esta escuela? -preguntó Atenea, que probablemente se preguntaba cuánto tenían que aguantar eso los chicos que iban a estudiar a ese lugar.

Bueno, no chicos, ancianos. O adultos. ¿Gente joven con mucha edad?

Mientras un debate sin sentido ocupaba mi cabeza y el portón comenzaba a abrirse sólo, el zombie le respondió a la pelirroja.

-Cuatro -dijo él-. No es ni mucho ni poco. Lo suficiente.

-¿No causará problemas que nos quedemos aquí? -pregunté yo.

-Estamos en período de vacaciones -dijo Iedos, sin responderme directamente-. Empezó hace una semana y dura dos meses. En este momento sólo somos catorce personas en esta escuela. Todos alumnos. Los profesores y el resto se volvieron a sus casas.

-¿Y quién los controla? -pregunté yo. El zombie me miró con mala cara-. Sin ofender.

-Mira -me dijo cortante-. Yo tengo 75 años. Incluso así, soy bastante joven para estar en una escuela terciaria. Además, ya te dije: la escuela, a su modo, también está viva -terminó su explicación y comenzó a caminar-. Los dormitorios están por aquí. Síganme.

Entramos por el gran portón a un salón muy grande y amplio. Sin exagerar, el techo debía de tener cincuenta metros de altura. Del techo colgaban candelabros con lámparas LED y alrededor de veinte estandartes, con distintos símbolos cada uno. No había muebles por ningún lado.

Seguimos a Iedos por una puerta aue estaba enfrentada al gran ventanal, más pequeña que el portón por el que habíamos venido. Pasamos a un pasillo que, comparándolo con las otras habitaciones, era pequeño. En sus costados había muchas puertas con los símbolos de los estandartes grabados en cada una de ellas.

-Cada puerta es para una raza distinta -informó nuestro guía-. La del final es la de invitados.

Caminamos hasta el fondo del pasillo y abrimos la puerta que daba a las habitaciones de invitados. Detrás de la puerta había una pequeña habitación redonda bastante acogedora, con muebles de cuero y mesas de buena madera. Había también una mesa de pool en un lado y ocho puertas ubicadas simétricamente.

-Cada puerta es una habitación para dos personas -dijo Iedos-. Siéntanse como en casa. Vengan al portón para la cena a las 22 -nuestro anfitrión miró su reloj-. Ahora mismo son las 20:36. Si antes estaban en Australia, un poco mal deben de tener el horario.

Brian asintió con la cabeza.

-Bueno -dijo Iedos-. Nos vemos en un rato.

Nos saludó con la mano y se fue por el pasillo. Por algún motivo, Nicole soltó un suspiro.

-Todo bien con mutos, mutonttis y mutanttis -dijo Brian-. ¿Pero zombies y vampiros?

-Meh -exclamó Atenea-. Ya no me sorprende nada. Yo me quedo con esa -le pelirroja señaló una puerta-. Nicole se viene conmigo.

Después de decir eso, agarró a su amiga castaña del brazo y entró a su habitación. Brian se dio la vuelta me miró.

-¿Crees que puedo pedir ropa por ahí? Hace mucho que no me cambio.

Yo levanté los hombros.

-Veamos si no hay en la habitación -dije-. Quizás la escuela nos dejó un poco.

Entramos al lugar donde dormiríamos por quién sabe cuánto. Era una habitación redonda, con paredes y piso de madera y techo de piedra. Había una cama cucheta contra la pared del fondo y una ventana que cuando se abría se veía una televisión con un paisaje. No era mucho pero estaba bastante bien. En un armario semicircular, metido dentro de la pared, estaba la ropa que tanto necesitábamos. Y en una puerta al lado del armario estaba el baño, que era moderno e igual al que uno se podía encontrar en cualquier casa.

-Bueno -dijo Brian mientras se sacaba su campera y la colgaba de la cucheta-. Espero que que este mundo no dure un mes.

-Este no está tan mal -dije yo-. Imagínate si el que duraba un mes era el de la lava.

-Ni lo menciones -dijo, y se metió al baño a bañarse.

Yo me recosté en la cama, relajado luego de mucho tiempo de tensión en Australia, y me quedé dormido.

Dark LightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora