47 - Sólo una marca

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Niel entró conmigo a un edificio de tres pisos. El interior estaba decorado con pieles y rocas extrañas, algunas brillaban y otras parecían ser transparentes. También había sillas de madera negra, colocadas todas contra una pared, cosa que me recordaba a una sala de espera de un hospital.

Por una escalera bajó un hombre que parecía muy anciano. Caminaba encorvado, y llevaba un bastón. A veces tropezaba un poco, pero nunca llegaba a caerse. No tenía pelo y los ojos los tenía casi cerrados.

-¿Ha llegado alguien, Niel? -preguntó con una voz fuerte y con un acento raro en español. Parecía como si añadiera emes al final de las palabras.

-Sí, y parece que ni siquiera tenía intención de hacerlo -le respondió mi acompañante-. Me parece que estará bien con Taro.

-A él le interesará, de eso no hay duda -dijo asintiendo con la cabeza-. Llévala, con él. Yo hablaré con los otros.

-Claro.

-Y explícale en dónde está, que la pobre parece más perdida que uno de arriba en Océano Chuga -dijo, dejándome más confundida todavía.

-Lo haré en el camino -dijo entonces Niel.

-Qué tengas un buen día, Niel -la saludó el hombre-. Tú tambien -me miró a mi e inclinó la cabeza, de manera que su pera tocó su hombro. Luego se retiró por una puerta pintada de verde.

Niel respondió con la misma seña y luego me tomó del brazo y me dirigió fuera de la edificación. En el patio, todos se volvieron a verme nuevamente, sobre todo a mi ropa, que, claramente, no era muy medieval, sino muy futurística.

-Bienvenida a la aldea de los exterminadores -me dijo Niel mientras me guiaba por el lugar.

-No parece un nombre muy lindo.

-¿El qué? ¿Te refieres a "exterminadores"? -adivinó-. No te preocupes, no somos asesinos. Bueno, no de personas. Nosotros cazamos monstruos.

-¿Monstruos como... vampiros y fantasmas? -indagué.

-¿Vampiros? ¿Qué es eso? No, eso no existe -negó-. Pero los fantasmas sí, aunque son unos hijos de fruta muy raros.

Terminamos de atravesar el patio de tierra y pasamos por detrás de una de las casas. Para mi sorpresa, sólo había una sóla hilera de casas alrededor del patio. La aldea no debía de contar con más de treinta personas, con suerte. Del otro lado de las casas había una gran montaña, que al mirar hacia arriba para ver su altura, me di cuenta de que no tenía cima, sino que se conectaba con aquel techo de piedra.

-¿Estamos en una cueva? -pregunté.

Niel miró hacia arriba.

-Todo en este mundo es una cueva gigante -me respondió-. Hay varios pisos de cuevas, treinta y siete en total. Se conectan entre sí con cuevas más pequeñas -explicó mientras me guiaba a una grieta que penetraba en la pared de la montaña-. Entra ahí dentro. Taro te explicará más. Te veo en nada -saludó y me empujó suavemente adentro de la grieta.

Me volví a mirarla un segundo, y luego me adentré en la cueva con dificultad. Las paredes eran de roca dura y me raspé varias veces. Mi ropa, de una tela de la era espacial, ni siquiera se rasgó, pero sangré un poco de partes en donde tenía un poco de piel expuesta, como mi cara y mis manos. El pasadizo era bastante estrecho, pero luego de avanzar por medio minuto, entré a una cueva-habitación pequeña. Tenía muebles de piedra que parecían muy resistentes. Una mesa y sillas de la misma madera negra y opaca que había visto antes. Una abertura en la pared llevaba hacia otro lado, pero no seguí investigando.

-¿Hola? -llamé.

-¡Espérame cuatro horas y estoy ahí! -gritó alguien desde la habitación de al lado. Un hombre, casi seguro.

Dark LightWhere stories live. Discover now